“Qué larga mirada has echado sobre el espejo donde te haces.
Allí no estabas. Y una sola mujer fatigada, cansada como una larga vigilia
que durase toda la vida, se ha mirado al espejo y allí se ha reconocido”
Vicente Aleixandre
Primera parte
o la lucidez del hueso
Esbelta catedral
de huesos,
rosados maderos
tallos firmes
y dulces.
Como cimbreante mineral
de arrope,
de agua buena
y sol de invierno.
——
¡Oh, esas naves en generosa crucería!
——
Pero las torres azules siempre
están mirando hacia un cielo
de nácar
que huye
que huye...
——
Que siempre está huyendo
hacia el poniente.
——
¡Oh, cuánta dignidad
esa quebradiza
altura!
Qué frágil
eterna
y nueva
en el instante de ser sólo tiempo.
Luz.
——
Luzmarina
en el brillo de tus ojos, mujer.
——
Enhiesta catedral
de carne
y humo.
Rotunda
en su pudor
desnuda.
Sólo hueso
y luz
Para iluminar desde adentro
a la carne que hoy palpita
con el júbilo de los nardos.
——
Pero después envejece
y cae.
——
Alta
firme
bípedo sostén
del mundo
conmigo
y la humedad del aire
que duele
en el turbio corazón del tuétano.
——
¿Será acaso como lo imagino?
¿Un río manso y oscuro?
¿Barro elemental, breve, eterno?
——
Por amor
siempre por amor
resume
extraña miel
y vuelve.
Sólo por amor.
——
Regresa,
siempre regresa
al hueso:
claro y fino esmalte
para unos cimientos
arduos
como la sed.
——
Azules
Qué pensativos
y tan callados.
——
Espejo del silencio:
nunca reprochan
nada
A esta vida
que puja
y aflora
inocente
obcecada
y sin saberlo nunca.
——
Miope
agitada
inexplicable
como la piedra.
——
Pero leve, ay.
Ligera como
arena que apenas
rozara con sus finos
dedos de silicio
al plácido viento
de abril.
——
Que ágil
serpea
y silba
entre las inconstantes
dunas
a lo lejos.
——
Amaneces y te extrañas
conmigo.
Amargo y tibio
el lecho
del diario despertar
contigo.
conmigo.
——
¡Ah, la blanda caja del pecho
que guarda
un momento
apenas un momento
esta brisa
mansa
que viene del mar!
——
¿Y esos nidos de cigüeñas
en el campanario?
——-
Erguido
solo
y en lo alto.
——
¡Qué altivez de hembra
la que se yergue sobre la bruma
y resplandece!
——
Porque son de azúcar y cal
las fosfóreas cañitas
de los huesos.
Varas jugosas, verdes
todavía.
——
Aunque oteen a lo lejos
y esperen sumisos pacientes
la mano fría del invierno
que acaricia
cuanto ama
y mata.
También mata.
——
¡Ay, tan amado hueserío!
Los intuyo así
como hieráticos signos
pero qué hambrientos están
de humanos deseos.
——
Será por eso
que se los siente respirar
quedamente
bajo la carne rosada.
——
(Y los recuerde también reinando en el osario
un día)
——
Pero hoy apenas los adivino
voraces
bebiendo el fermento caliente
de la sangre
bajo firmes tendones
y pálida carne
de mujer.
——
Esa huerta cimbreante
que perfuma el aire
(y locos de ebriedad
olvidamos
los sudores del óxido
y la pena
la humillación
de trajinar
sin aliento
estos tiempos
estas calles
esta ciudad)
——
Esta extraña y desapacible ciudad.
——
Entonces me animo a soñarlos
mansos
y distraídos
aunque afuera queme
y brame
y arda
y se consuma
en las veredas
la espantosa cordura de los hombres.
——
¡Oh, catedral del viento!
¡Oh, huesos, pequeños huesos
que amo
y configuro
más allá de la plácida boca
este beso
este luminoso fulgor en la bóveda oscura
de la noche.
-
Autor:
poucet (
Offline)
- Publicado: 11 de abril de 2009 a las 23:21
- Categoría: Amor
- Lecturas: 51
Comentarios2
Maravilloso poema, parecira que robaras las metaforas a Caliope y tus versos brotaran desmezuradamente, solo por hacerse sentir al leerlo. Solo unos huesos... y te has lucido con versos expresivos dando a conocer tu dominio de la Musa.
Un abrazo sincero
Lena
Pero...por que no hacerlo mas facil a la lectura..? sin tanto espacio...
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