Carta de un infiel a un cristiano.

Hector Adolfo Campa

Carta de un infiel a un cristiano.

Por Héctor Adolfo Campa Valdez.

 

Tal vez no sea quién para hablarte de tu Dios. Pero estoy cansado de que uses el nombre de tu Dios en vano. Largo tiempo he mirado las cruces en tu puerta, los cánticos de alabanzas brincando de tu boca, la fe que profesas llamando a las puertas y despertando a los infieles. Sin embargo me siento lastimado por el egoísmo en tu plegaria, la soberbia de tu iglesia, la elocuencia de tu labia.

 

Sentado en la iglesia, misa tras misa, culto tras culto, escuchas al pastor, padre y monje hablándote de qué te dicta tu Dios. Yo no sé qué te dice en esos momentos, no sé cómo es que tu Dios llama a las puertas de tu alma y te lleva a la luz. Pero sé que lloras, hablas en lenguas y reclamas su nombre y su linaje santificado, para después salir a la calle con la venda enceguecedora del perdonado.

 

No sé qué dice tu Dios mejor que tú; mas me atrevo a confesar que sé algo que ignoras a placer y discreción. Pues ante tus acciones reflejas el amor egocéntrico del oro que se mira al espejo, y se ve bendito y hermoso, mientras que el mundo se tiñe de carbón.

 

No soy quién para decirte que no camines en línea recta al cielo sin mirar a tu lado, sin tender la mano al enfermo de humanidad, sin besarle los pies al pecador añorante de ayuda…de amor. Mucho menos soy quién para decirte que tu Dios sacrifica su hijo en la cruz, no para salvarte, sino para salvar a tus hermanos; que si el elixir poderoso del amor divino te baña las entrañas es para que lo uses en apoyo de quien muere en desolación.

 

No soy nadie para decirte que las acciones pueden más que los versículos, que si tomases la voluntad de tu Cristo, y abrazaras al mendigo como hermano, que si dejaras la mano extendida junto a quien pide limosna, que si miraras al pecador con ojos de amor y no de lastimera tristeza, y si entregaras el obsequio de tu vida en salvar a tus hermanos, también habría un Cristo en tu carne, como en tu corazón.

 

No soy cristiano para hablarte de amor de Dios, pero me atrevo a decirte que puede más un abrazo que un libro, y cargar al desvalido puede más que mil rosarios y latigazos de castigo. Ni mucho menos soy acogido en tu cielo, pero sé que tu Dios reserva el tuyo para quien ha sido digno de su reino, para quien libra batallas codo con codo con su hermano, para quien suma a su carga el peso del dolor ajeno, para quien parte los mares de las diferencias para guiarse entre hombres como un solo pueblo, y quien con su pecado se encara para poder mostrarlo al mundo como una fiera que tiene domada.

 

No soy quién para dictarte un sermón ni una prédica santa; pero estoy seguro de mi atino cuando afirmo, que si tu Dios reside en ti, y mueve tu mano para salvar a su pueblo, deberás usar esa guía para alar al desvalido y no atarlo con tu juicio; que si te dice hijo mío no es para que te creas mejor que tu hermano que se ahoga en su falta de amor, el pobre bastardo sin apellido, sino para que hagas de tu título el pretexto para ayudar con tu mano, para alimentar con tu esfuerzo, para enseñar que la vida tiene sentido.

 

No sé quién eres, cristiano, pero sé quién es tu cristo. Sé que si sacrificas tu vida en darle vida a los perdidos, habrás de darle vida a quien “por ti” ha perecido; que si te cansas cargando al herido, si te enfrentas a los demonios que luchan con los débiles de espíritu, habrás de comprender lo que es el “poder divino”. Pues un pan que sacrificas por el hambriento, una palabra de aliento para quien se siente en el olvido, una empatía más que un sermón de ventrílocuo, un abrazo al mugriento y un beso en la frente que ciega camina sin rumbo fijo, puede más que la misa de los domingos, y mucho más que las plegarias que efectúas en el rincón de algún cuartucho.

 

Después de todo, si con tu Dios de lado tuyo, pudieses ayudar a quien es requerido, y socorrieses a quien lo necesita pero no te lo ha pedido, que si empujas la piedra que trae en atada al tobillo, y si comprendes que tan pecador eres como quien no ha ido al culto de las cinco. Si tan sólo aprendieras que si un Cristo murió por ti en la cruz, no para que te ahogues en el amor propio, sino para que entendieras lo que importa una vida a cambio de todos tus hermanos, amigos o enemigos; si vinieras a la tierra no como de paso, sino como uno más que tira las cuerdas para salvar a la humanidad de su propio castigo… Entonces poco a poco se iluminarían las tinieblas en que ha vivido el mundo, y sin querer, harías de esta tierra el cielo prometido.

 

Pero no soy quién para decir lo que tu Dios a ti te ha dicho. Pero soy quién para decirte que nuestras acciones, y el amor a la vida ajena, pueden salvar al mundo más que las páginas viejas de un libro. 

  • Autor: Héctor Adolfo Campa (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 22 de febrero de 2015 a las 16:20
  • Comentario del autor sobre el poema: Muchas veces se abusa de la fe para enroscarse en uno mismo, para alejarse de los demás y sentir que la decadencia ajena no debe rozar nuestra vida. Hay que darnos cuenta que si la fe mueve montañas es para que nuestros hermanos puedan pasar por entre ella; que si tenemos la fuerza de un Dios, o no, sólo con amor y entrega podremos salvarnos de nosotros mismos. Gracias.
  • Categoría: Religioso
  • Lecturas: 107
  • Usuario favorito de este poema: lyi roseblue.
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos Novedades semanales


Comentarios2

  • Vito_Angeli

    Muy buena reflexión. Un abrazo

  • lyi roseblue

    DE ACUERDO CON VITO_ANGEL.SALUDITOS : )
    excelente reflexiòn



Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.