A José González Marín
 
 Mira cómo se me pone
 la piel cuando te recuerdo.
 
 Por la garganta me sube
 un río de sangre fresco
 de la herida que atraviesa
 de parte a parte mi cuerpo.
 Tengo clavos en las manos
 y cuchillos en los dedos
 y en mi sien una corona
 hecha de alfileres negros.
 
 Mira cómo se me pone
 la piel ca vez que me acuerdo
 que soy un hombre casao
 y sin embargo, te quiero.
 
 Entre tu casa y mi casa
 hay un muro de silencio,
 de ortigas y de chumberas,
 de cal, de arena, de viento,
 de madreselvas oscuras
 y de vidrios en acecho.
 Un muro para que nunca
 lo pueda saltar el pueblo
 que anda rondando la llave
 que guarda nuestro secreto.
 ¡Y yo sé bien que me quieres!
 ¡Y tú sabes que te quiero!
 Y lo sabemos los dos
 y nadie puede saberlo.
 
 ¡Ay, pena, penita, pena
 de nuestro amor en silencio!
 ¡Ay, qué alegría, alegría,
 quererte como te quiero!
 
 Cuando por la noche a solas
 me quedo con tu recuerdo
 derribaría la pared
 que separa nuestro sueño,
 rompería con mis manos
 de tu cancela los hierros,
 con tal de verme a tu vera,
 tormento de mis tormentos,
 y te estaría besando
 hasta quitarte el aliento.
 Y luego, qué se me daba
 quedarme en tus brazos muerto.
 
 ¡Ay, qué alegría y qué pena
 quererte como te quiero!
 
 Nuestro amor es agonía,
 luto, angustia, llanto, miedo,
 muerte, pena, sangre, vida,
 luna, rosa, sol y viento.
 Es morirse a cada paso
 y seguir viviendo luego
 con una espada de punta
 siempre pendiente del techo.
 
 Salgo de mi casa al campo
 sólo con tu pensamiento,
 para acariciar a solas
 la tela de aquel pañuelo
 que se te cayó un domingo
 cuando venías del pueblo
 y que no te he dicho nunca,
 mi vida, que yo lo tengo.
 Y lo estrujo entre mis manos
 lo mismo que un limón nuevo,
 y miro tus iniciales
 y las repito en silencio
 para que ni el campo sepa
 lo que yo te estoy queriendo.
 
 Ayer, en la Plaza Nueva,
 vida, no vuelvas a hacerlo
 te vi besar a mi niño,
 a mi niño el más pequeño,
 y cómo lo besarías
 ¡ay, Virgen de los Remedios!
 que fue la primera vez
 que a mí me distes un beso.
 Llegué corriendo a mi casa,
 alcé mi niño del suelo
 y sin que nadie me viera,
 como un ladrón en acecho,
 en su cara de amapola
 mordió mi boca tu beso.
 
 ¡Ay, qué alegría y qué pena
 quererte como te quiero!
 
 Mira, pase lo que pase,
 aunque se hunda el firmamento,
 aunque tu nombre y el mío
 lo pisoteen por el suelo,
 y aunque la tierra se abra
 y aun cuando lo sepa el pueblo
 y ponga nuestra bandera
 de amor a los cuatro vientos,
 sígueme queriendo así,
 tormento de mis tormentos.
 
 ¡Ay, qué alegría y qué pena
 quererte como te quiero!
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                        Autor:    
     
	Ger (Seudónimo) (
 Offline) - Publicado: 13 de octubre de 2014 a las 00:10
 - Comentario del autor sobre el poema: Homenaje A Rafaél de León
 - Categoría: Amor
 - Lecturas: 37
 - Usuarios favoritos de este poema: victolman, El Hombre de la Rosa,
 

 Offline)
			
Comentarios5
Pero hombre...tú no eres Hugo Emilio Ocanto?
¡No, simplemente Ger!
Saludos.
tienes la misma voz, recitas igual, las mismas pausas, el mismo tono
Quedó hermoso, amigo. Me dejó boquiabierto.
Felicitaciones por tanta belleza.
Un abrazo.
Ruben.
Muchisimas gracias por tu comentario, te mando un fuerte abrazo.
Ger.
Hermoso recital y hermosa poesía mi amigo poeta...
Gracias por compartirlo, para mí ha sido un deleite el poder llegar a tu rincón poético...
Abrazos.
Muchas gracias, me alegra tu comentario.
Un abrazo.
Ger.
Muy hermoso el recital del maestro Rafael amigo Ger
Muy grato el paseo por tu portal...
Saludos de amistad de Críspulo...
El Hombre de la Rosa
Muchas Gracias Amigo por visitarme, Un abrazo para ti.
Ger.
Muchas Gracias Amigo por visitarme, Un abrazo para ti.
Ger.
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