El obelisco

Oscurb

Jamás habría de terminar si a usted yo le contase lo que he vislumbrado a lo largo de todos estos años, y todo a través de mi humilde y azarosa ventana: músicas, lenguajes, la industria automotriz, la publicidad cambiante, modas que fluyen interminables como el río griego.

 

Ah, podría escribir sin demasiado esfuerzo (solo por mencionar algo) un gran tratado de política; sobre cómo mantener el poder, sobre cómo perderlo. Me encuentro sin embargo más allá de toda tendencia y de toda corriente, ya que profeso la ética que inventaron las pirámides para todo monumento perdurable.

 

He también sabido durante este tiempo tolerar de manera inmutable los intentos arbitrarios que clamaron insolentemente por mi demolición. Debo confesar que  llegaron a ponerme las primeras veces quizás un poco nervioso. Pero hoy ya no me inmutan: sé que esa posibilidad sería descartada muy rápidamente por mis amigos porteños.

 

Aun así, he notado que algunas de las personas que veía con regularidad han dejado de venir por aquí. Al ser ustedes muchos supongo que creen que no está dentro de mis posibilidades recordarlos a todos. Pero es mi trabajo hacerlo: a todos los he visto, y a todos los recuerdo.

 

A algunos los recuerdo, no obstante, con mucha mayor claridad. Había un militar moreno que aparecía de rato en rato con una señorita rubia en el balcón de ese edificio rosado tan peculiar que diviso allí a lo lejos. Mucha gente se juntaba a hablar con ellos. Me pregunto por qué ya no vendrán por aquí.

 

Ah, la vida humana es algo curiosa, realmente extraña. Cada tanto viven, luego ya no. He sabido comprender las más complejas ecuaciones, las más intrincadas estrategias militares y los más escurridizos modelos arquitectónicos. Aún así, no me ha sido develado qué es aquello que se llama muerte…

 

Creo que me he extendido demasiado por ahora. Como verá, no acostumbro a dar este tipo de entrevistas. Debo enfocarme exclusivamente a mi modesta labor de centinela. Usted quizás no me note, pero yo lo veré entrar al teatro, o a una pizzería, o leer en una librería, siempre escuchando desde aquí arriba el rumor de la ciudad.

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Comentarios1

  • El Hombre de la Rosa

    Mucha filosofia intensa en tu prosa literaria amigo OscurB
    Un placer leer tus letras
    El Hombre de la Rosa



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