EL VAGABUNDO

LIZ ABRIL

Sintió un estruendo. Un terrible ruido explotando en su cabeza. Ni siquiera pudo darse cuenta de dónde venía. Comenzó a sentir algo húmedo y pegajoso corriendo por su cuello. Luego... la oscuridad lo envolvió todo.

Cuando se despertó, le costó bastante incorporarse, vaya a saber cuántas horas había pasado tirado allí, sobre esa vereda. Se sentía un poco adormecido, sus músculos no le obedecían.

Estaba todo demasiado oscuro, seguramente se había cortado a luz por algún motivo y por eso habían aprovechado para atacarlo. Palpó sus bolsillos, no pudo encontrar la billetera, ni en su muñeca el reloj que le regalara su padre.

Tampoco se encontraba el auto, en realidad estaba todo deshabitado, desierto... debía salir pronto de allí.

Empezó a caminar primero muy lentamente, luego sus pasos se hicieron más ligeros, debía ser muy tarde porque no pudo cruzar a un sólo ser humano por esos parajes.

Lo peor es que no podía recordar que había ido a hacer, la cabeza le daba vueltas y le costaba coordinar sus ideas.

Lo que tenía claro era que debía encontrar pronto a alguien y relatar lo sucedido, para que le ayudaran.

Caminó mucho, a veces tuvo que parar para poder recuperar un poco su respiración tan agitada. No quería golpear en alguna casa y causar temor, todo así, desaliñado como debía estar.

No sabía si llevaba minutos u horas recorriendo las calles, cuando con sorpresa vio doblar en la esquina un auto de policía, comenzó a agitar las manos con desesperación, pero el auto no se detuvo, los dos oficiales iban charlando de una forma muy animada mientras tomaban sendos vasos de café.

Le dio muchas ganas de apedrearlos para que pegaran la vuelta, encima quiso gritar y sólo salió un horrible ronquido de su reseca garganta.

Desanimado, se sentó un largo rato en el cordón del costado de la calle.

No se sentía bien. Lo mejor que debía hacer era buscar un Hospital, una clínica... un lugar donde un médico lo revisara y le dijera que daños había sufrido.

Cuando se puso nuevamente en pie, un perro abandonado, seguramente, a juzgar por su aspecto, lo miraba desde el otro lado.

Lo único que falta es que venga y quiera morderme.

Pensó, no pudiendo evitar una sonrisa.

Nunca le habían gustado esos animales.

En ocasiones hasta se había dado el gusto de pegarles una patada. Así, de paso, como sin querer y sin que nadie se diera cuenta, porque la mayoría de sus amigos tenía alguno y los defendían como si fueran de la familia.

¡Qué asco! olían mal, dejaban pelo por todos lados y encima babeaban. ¿Cómo iban a gustarle?

Empezó a caminar nuevamente, olvidándose por completo del perro.

Seguramente su esposa ya habría hecho la denuncia. No era común que llegara a casa a tal altas horas.

Si ella había llamado a sus colegas de la Facultad, le debían haber dicho que después de la conferencia mencionó que se iría a casa. 

Todavía no podía recordar. Le seguía doliendo la cabeza. No podía entender que hacía en ese lugar que le era tan poco familiar. Qué o a quién había ido a buscar. Tenía claro lo de su vida, quien era... que hacía... ¡pero le era imposible recordar por qué se encontraba allí!

Llegó a ese lugar cuando empezaba a haber un poco más de claridad, tal vez la luna había salido de atrás de las nubes o ya era el momento de que saliera el sol.

Una enfermera pasó corriendo a su lado. La puerta giratoria dio vueltas alocadamente a su paso y aprovechando la última vuelta logró entrar por un pasillo blanco y largo, en el que varias personas sentadas a los costados esperaban. Algunas con unos niños llorosos y llenos de mocos sentados en su regazo.

Se paró frente al mostrador e intentó hablar con la recepcionista, pero se ve que era una noche bastante agitada, ella anotaba muchas cosas en una planilla, de vez en cuando parecía mirarle, pero cuando él iba a hablar, ella seguía anotando.

Gritó indignado, a lo que la chica con una sonrisa pintada en su rostro no hizo el mínimo caso. Sí que las adiestraban bien, con esa cara "de nada" y esa paciencia ridícula, cuando alguien estaba desesperado.

Encima agarró el papel en el que había estado escribiendo y marchó por el pasillo blanco y largo, con el bolígrafo en la mano.

Iba a encontrar a alguien que le hiciera caso. Estaba muy enojado, la siguió e irrumpió de golpe en la sala donde había entrado empujando dos puertas enormes de esas que van y vienen. La chica había desaparecido, pero había varias personas, que supuso eran médicos porque estaban ataviados con batas blancas largas, gorros y barbijos. Todos hablaban entre ellos mientras miraban a un tipo tendido en la camilla. Ahí comprendió que había entrado a una sala de cirugía, le dieron unas terribles nauseas y tuvo que salir mucho más rápido de lo que había entrado. ¿Qué clase de lugar era ese en el que no había un miserable guardia de seguridad a quién pudiera contarle lo que le había pasado?

Salió a la calle, respiró profundamente, aunque esto no pareció causarle ningún alivio.

Entonces decidió volver por el mismo camino que había venido. Con un poco de suerte encontraría a los policías que andaban de ronda y no lo habían visto antes.

Estaba muy cansado. Tenía mucho frío. Si se hubiera puesto una campera al menos... ¿a quién se le iba a ocurrir andar con campera con el calor que había hecho ese día?

Cuando estaba en la sala de conferencias varias veces había tenido que secarse el sudor con el pañuelo. El calor había sido realmente agobiante. De todas maneras si hubiera tenido una campera seguramente también se la habrían robado.

Estaban rodeados de delincuentes. Todos eran unos delincuentes. Y nadie hacía nada. Entraban por una puerta de la comisaría y salían por la otra.

Él había logrado estudiar y salir del barrio donde se había criado. Todo lo había hecho con mucho esfuerzo.

Comprar su casa, su auto, mandar a sus hijos al mejor colegio de la ciudad. Irse de vacaciones al lugar del mundo que eligiera.

Lo podía hacer, era un profesional de prestigio, hasta varios de sus compañeros le rendían honores.

Era respetado y admirado. Y por sobre todas esas cosas, muy bien pagado.

Esa misma tarde había tenido una pequeña discusión con uno de sus pares, que quería que se abriera con respecto a algunos conceptos y a otros puntos de vista.

Nadie iba a venir a decirle ahora que no se podía salir de la miseria.

Nadie iba a venir ahora a decirle que él no sabía nada de la vida, ni a explicarle nada, ni a hablarle de Dios.

Ya no le quedaba nada por aprender. ¿Quiénes eran todos esos ignorantes para venir a enseñarle a él?

Vio el auto de policía y no pudo evitar atravesarse, acto seguido un impulso lo obligó a correr, corría delante de los faros encendidos del auto gritándoles, quería mostrarles el lugar donde lo habían asaltado.

Por suerte esta vez lo habían visto y venían detrás de él.

Poco a poco se adentró en la oscuridad, reconociendo el camino, cada vez se sentía más liviano al correr, pensaba en lo estúpido que había sido ir a donde estaba la enfermera y los médicos. 

Ya no le dolía la cabeza, en realidad nada parecía dolerle.

Se detuvo junto al costado de un auto estacionado, en la vereda había un hombre tirado. Estaba en una posición muy graciosa, como doblado, tenía unas llaves en la mano y en el piso había varios papeles desparramados.

Escuchó a los policías cuando decían:

- Debieron dispararle cuando se estaba por subir al vehículo.

- ¡Pobre hombre! hay que llamar a la ambulancia

- ¿Ambulancia? Creo que lo mejor es llamar al forense.

Se alejaron unos pasos, dejándolo ahí, al lado del hombre, para hablar por la radio del auto, que con las balizas prendidas los esperaba a un costado.

Realmente esto era mucho más importante que lo que le había pasado a él.

Miró para el otro lado de la calle y otra vez lo vio.

Ahí estaba, sucio y jadeante, mirándolo desde la vidriera.

Y recordó de golpe lo que un Profesor le había dicho alguna vez:

"Nunca juzgues, ni discrimines, ni te burles de nadie, porque uno no sabe en qué lugar le va a tocar estar más adelante"

Fue su último pensamiento como humano, de la entrada de una casa salió un enorme gato y no pudo evitar los inmensos deseos de correrlo. 

Antes de iniciar su cacería, miró nuevamente al hombre tirado en la vereda y en esos últimos instantes de lucidez pudo reconocerse.

Una lágrima silenciosa corrió por su cara.

 

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Comentarios1

  • kavanarudén

    Excelente.
    He visto todo, su correra al hospital, las enfermera que no lo atendía, sintiendo la desesperación al no entender lo que sucedía.
    Muy emotivo, me ha dejado en el suspenso. Interesante final
    Un gusto leerte amiga Liz.
    Feliz fin de semana.

    Kavi

    • LIZ ABRIL

      Gracias Kavi por tu visita y por tu comentario. Realmente me apasiona descubrir lo que puede hacer la imaginación. Si hay algo que disfruto es escribir. Y es un gusto para mi que lo leas.
      Que pases un excelente fin de semana.
      Un abrazo.
      LIZ



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