En la amena ribera de este río
que acrecen los torrentes que ahora lloro,
humilde y dolorido, amor, te imploro
que traigas a mi llanto ya el estío
dando consuelo al triste pecho mío,
y así estas ninfas cantarán a coro
del alma que te anima el gran tesoro
y el fin de tu crueldad y tu desvío.
Mira que de mis lágrimas la fuente
parece manantial inagotable,
y el flujo de su pródiga corriente,
obstinado, continuo e inmutable,
sumergiría incluso al Sol riente
por culpa de tu amor inconquistable.
Osvaldo de Luis
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