El poeta, la dama y el vino.

Hector Adolfo Campa

Entré a la librería y café el lobo estepario, con mi cigarrillo encarnado al índice, aun con el sabor del cabernet en mis labios. Tantas veces he tenido que hacer este papel de circense, y tantas veces me ha agobiado las miradas de los espectadores, pocos numerosos, poco interesados, fingiendo interés. El purpúreo color bajo mis ojos reflejaba perfecto la tez de mi ánimo. Un micrófono, un papel mallugado entre mis manos –Ahora el poeta Ezequiel Estrada nos recitará un poema de su autoría- dijo el tipo antes de dejarme el lugar, me sonrió plásticamente, yo le contesté grismente. 

 

Caen las bóvedas de sus sueños,

Caen las alas,

Ceará también los rojos cabellos,

Cruces y aras.

 

El arrullo,

La somnolencia,

La distancia,

El cigarrillo.

Poca paciencia.

Inconciencia,

Unas bragas,

Un Caudillo.

La picardía,

Largas piernas,

Gemido

Cuchillo

Y alarido.

 

Así cae tu ausencia,

Dulce quimera;

Así cae la astucia,

Cruel ramera.

 

Despierto como ciego,

Muerto como clérigo,

Curtido por el fuego,

Escribo y me fatigo.

 

Caerá también la noche,

Junto al universo;

Un telón, aplauso

Y aquél reproche.

Conviene lactar el verso,

Pero cae convexo,

Cae confuso.

Y siento el descorche

Un vino filoso,

De rojo beso,

Sentido frío y miedoso.

 

Mi rostro cayó junto al punto final, unos aplausos ahogados resonaron al caer el telón de mi sentir. Qué absurdo era todo eso. Me giré, me senté en un banco, destapé mi cerveza y un joven fue presentado tras de mí, uno de esos chicos que aún confían en aquel amor vivaz y florido, con poesías de pasiones rosas a manos llenas « ¿Alguna vez fui como ese joven? ». Yo me dediqué a beber y mirar por debajo del sombrero a ese público de cartón, los sentí tan ásperos, tan ficticios; un montón de hologramas con oídos. Una mujer se levantó, una mujer poco especial, pero muy atractiva, como la mayoría de las mujeres que usan un escote y reprochan el vistazo fugaz de la testosterona. Se sentó en el banco contiguo al mío, recargo sus pechos en la barra, me miró atentamente mientras yo bebía media cerveza de un trago, aspiraba humo, y el humo me aspiraba a mí.

 

-          Vaya la pinta que tiene –presionó su pecho aún más en la barra- parece de esos viejos perros que muerden la mano que les da de comer. Pero, su poesía, bueno, me ha dejado impactada.

-          Me alegra que le gustase –Volví mis labios a la cerveza, fría, amarga, dulcemente amarga- si quiere un autógrafo…

-          No seas payaso –Su risa era falsa, pero aun así, tenía cierto toqué afrodisiaco, como todo ademán falso en la mujer- los autógrafos déjaselos a los adolescentes que leen a Coelho.

-          ¿Entonces qué le puedo ofrecer a una bella dama como usted?

-          Una copa quizás –mordió su labio rojo, ademanes falsos, afrodisiacos- dicen que hay un buen bar a dos cuadras de aquí.

-          Se dicen muchas cosas últimamente –Acabé la cerveza, me giré hacia ella, lindas pantorrillas, la barra y el busto ya eran uno solo- pero en mi departamento tengo unas botellas de las que nadie dice nada. Mientras menos se diga de algo, más dulce sabe.

-          Me agrada su idea –El busto se desprendió de la barra y se inclinó hacia mí- pero, en ese caso, si me deberá dar un autógrafo.

-          Los que quiera.

 

Subimos rápidamente a mi auto y llegamos a mi departamento. Afortunadamente, justo en la mañana, vino la hija de mi prima Laura, quien me cobra doscientos pesos por limpiarlo como si fuese una clínica, o una morgue. Ella se sentó en el sillón y cruzó las piernas, el vestido floreado que asomaba su muslo blanco me recordó al joven poeta, sonrojado por leer los versos, temblando, probablemente la chica que estaba en el fondo del lugar sería su novia, o quizás lo era el tipo que venía con ella, sólo los homosexuales conocen el romanticismo hoy en día, sólo ellos saben lo que es amar sin fronteras, sin miedo a un declive altanero de la persona que se corteja «¿De dónde vendrá esa fortaleza? ». Tomé una botella de la empolvada cava, era un Duetto de Santo Tomás. Siempre descorcha primero un vino bueno en presencia de una dama, así si tienes que descorchar otro, ella ya no notará si le das jugo de uva con agua mineral.

 

-          Por tú pinta pensé que vivías en un callejón –Sorprendente el tono tierno de su voz, hasta un Hijo de puta sonaría a cortesía- pero este sitio es muy cómodo.

-          Es mi callejón privado –me senté junto a ella, las piernas se rozaban pero estábamos un tanto separados, serví dos copas- puedes pasar cuando quieras a refugiarte en mi casita de cartón.

-          ¿Cuándo quiera, eh? –Tomó la copa, ojos color miel, labios carmesí, pierna subiendo levemente sobre la mía- ¿es una promesa?

-          Es un cumplido.

-          Salud –copeo, brazos que se cruzan, una “x” y dos glú, glú, glú-.

-          Salud.

-          ¡Qué maravilla de vino!, ¿Todo lo tuyo es así de bueno?

-          Aún no, todavía me faltan un par de años de añejamiento.

-          Más joven que yo no eres.

-          Ni más viejo, nacimos juntos, pero no lo recuerdas.

-          ¿Así que somos hermanos?

-          Somos dos solitarios muy juntos –Sonrisa, nada falsa, caricia a la copa, primer afrodisiaco sincero- es todo.

-          ¿Y qué te hace creer que soy solitaria?

-          Sencillo –Dejé la copa en la mesa, me aproximé a ella, tomé sus manos- no llevas anillo de matrimonio, pero se ve que lo llevabas esta mañana.

-          Eres terrible.

-          Y me alegra, sino, no estuvieras aquí –Segunda sonrisa, dedos femeninos apretando los míos- y eso es digno de un poema.

-          ¿Soy digna de tus poesías?

-          No lo sé, pero tu presencia sí lo es.

-          Explícate.

-          Sencillo. Todo hombre puede escribirle poesía a una dama como tú, crear un libro entero sobre el contorno de tus labios, las sombras en tu pecho, la tibieza de tus pantorrillas, la ligereza de tu voz que vuela en la alcoba y se cuela entre el humo espeso de ella; pero, yo no puedo ser de esos, yo le escribo a algo fuera de ti, o tal vez detrás de ti, a un espectro tuyo. Tal vez, cuando te vayas, ese espectro se quedará conmigo, no tendrá tu nombre, ni tu voz, pero tendrá tu piel, tu aroma, tu tibieza. Y esa sombra caminará en la habitación por donde anduviste tú, y se desnudará donde lo harás tú –tercera sonrisa- y me hará el amor donde me lo harás tú. Y así seguirá toda la tarde, y así seguirá toda la noche; me despertará cada cinco o seis minutos picándome en el olfato, acariciando mi cabello, invitándome un cigarrillo. Será tanta la tortura de tu espectro anónimo, que tendré que amarrarla, y no con sogas ni con cadenas, sino con letras, es el único modo en que esos espectros dejan tranquilos a hombres como yo. Es así como podemos dormir tranquilos, y tal vez, podemos volver a hacer el amor.

-          Muy bella explicación –Se aproximó, su aliento inundaba mi rostro, olor a tinto, Chanel y lápiz labial- pero, ¿Quién dijo que haríamos el amor?

-          Mi espectro, el que se ha adelantado a tu casa, se sentó en el sofá donde se sienta tu marido. Te está esperando, para hacerte lo mismo, y obligarte a volver a este sitio.

-          Ya veo –Tomó la botella, bebió, cuello blanco, glú, glú- entonces no hay que defraudarlo.

 

La tomé del talle, le besé. Hay besos que no se dan, sino simplemente se impactan detrás, que dejan un sello, como esas marcas que quedan de las siluetas humanas en un incendio, pero más vivas, con movimiento. Mis labios corrían por cada borde del vestido, mis manos por debajo de él, la respiración se volvió un ruido de antaño, ya muy conocido. Bajaba la tela al paso de mi lengua, saliva caliente, hirviendo, dejando su camino al rojo vivo. Los pechos se erizaron «apuesto que la barra también vibró de ese modo », le bajé las bragas, me quitó la camisa. Desnudándonos poco a poco, los espectros caminando desesperados, aprendiendo la coreografía, memorizando el dialogo silencioso. Pantalones fuera, ella subió sobre mí, sostén fuera «qué bello sostén, lástima que no se pudiese comer» pezón tibio, su rostro al techo. Mis manos le tocaban la espalda, me volví chelista y ella una orquesta. Arriba y abajo las notas, arriba y abajo el ritmo. Fluidos de sombras por entre los cuerpos, fluyen ríos negros, unos dedos blancos y delgados, un cabello negro. La levante, en cuatro se tornó el concierto «era en serio que me creía un perro» le acaricie como se acaricia el miedo, plácidamente, queriendo salir corriendo, pero moviéndose lento. En el sofá, en la alfombra  «los espectros tomaban nota» en la cama, en el suelo, en el ropero, en la cocina. Vertí vino entre sus piernas, debía beber en el cáliz de Venus. Sus uñas en mi espalda rota, raído mármol viejo, ya bien marcado por varios viejos encuentros. Gritos de un ángel conociendo lo que prohíbe el cielo «su marido ha de tener un zumbido horrible en los tímpanos, o tal vez dolor de estómago» ahora en el baño, en la ducha, de nuevo en el sofá, húmedos, mojándolo todo, mojando hasta el viento. Poco a poco, tic-tac en el reloj, tic-tac hacen las caderas y el pubis ardiendo. Por fin el término del orgasmo sincero, redoble de tambores, ahora los instrumentos de viento, los metales, sube, ¡Sube! ¡Oh, el último grito!. Cuerpos agitados, con aliento a llenura, placidez, pieles vibrando, ardiendo, zumbando. Ella me mira, acostada sobre mí, me acaricia – Cuarta sonrisa, ultimo afrodisiaco-, los espectros todo lo graban, se van, a estudiar sus líneas se han puesto. Último beso, cae el telón, caricias de reverencia, se escuchan los aplausos. 

 

 

-          Eso fue magnifico –Respira hondo- Nunca había tenido algo así.

-          No lo has hecho, no fuimos nosotros, fueron otros.

-          ¿Los espectros?

-          Así es, los “nosotros” del pasado próximo.

-          Entonces, ¿qué nos queda?

-          Ese delicioso sabor en la boca del alma –beso en la mejilla- de saber que has hecho una bella poesía, aquella que releerás cuando el insomnio te robe los sueños.

-          Yo no soy poetisa.

-          Ahora lo eres, o por lo menos, hace rato lo fuiste.

-          Me agradas perro viejo – se levanta – quiero más vino.

-          ¿No le esperan en casa?

-          Descuida, tu espectro lo tendrá todo en orden.

-          Entonces hagamos poesía.

-          Con una condición.

-          Depende –Descorche, glú, glú- ¿Cuál es?

-          Que al terminar, me regales tu autógrafo.

  • Autor: Héctor Adolfo Campa (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 20 de diciembre de 2013 a las 01:58
  • Comentario del autor sobre el poema: Les presento aquí el cuento de donde salió mi ultimo poema, espero sea de su agrado. De ante mano les agradezco su lectura y les regalo un saludo afectuoso.
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 187
  • Usuario favorito de este poema: El Hombre de la Rosa.
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Comentarios1

  • El Hombre de la Rosa

    Hermosasw y geniales tus preciadas estrofas poéticas amigo Hector Campa
    Un grato placer leer tus letras...
    Felices fiestas de Navidad...
    Críspulo el Hombre de la Rosa...



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