Isabel

Lobo Blanco

Isabel

Cristóbal Rozzo

 

 

Una vez conocí a una muchacha llamada Isabel. En poco tiempo nos hicimos buenos amigos. Ella era hermosa en todos los sentidos. Era todo lo que pudiera desear en una mujer. Y me enamoré… Fueron buenos momentos los que pasé con ella. Era feliz estando a su lado, pensando en su sonrisa y soñando con su mirada. Hasta que un día todo cambió y mi mundo se fue abajo. Estábamos los dos en un centro de actividades de la iglesia; un show de talentos de los jóvenes. Estuvimos juntos todo el día. Agarrados de la mano íbamos de aquí para allá y de arriba para abajo, saludando, divirtiéndonos y riendo el uno con el otro. Eran tantos los miedos que no me dejaban ser sincero y decirle cómo me sentía hacia ella. Y hubo un momento donde la mire a los ojos y ella también me miró, y comprendí que no podía dejar pasar esa oportunidad. Debía ser valiente, arriesgarme y enfrentar cualquier consecuencia que me esperase luego de haber hecho mi declaración de amor. Nunca había estado tan nervioso como estaba aquel día, pues nunca antes le había dicho a una muchacha que me gustaba. Esperando lo mejor, busqué el momento oportuno. Cuando se terminó la actividad y todos sus espectáculos, salimos del lugar. Decidido a expresarle mis sentimientos a Isabel, la tomé de la mano, la aparté un poco de todos los demás y le dije:

-Isabel, tengo que ser honesto contigo. Quiero que sepas algo.

-Dime qué sucede –contestó.

-¿No es obvio? –le pregunté.

-¿El qué es obvio?

-¿No es obvio que tú me gustas?

 

En ese momento quedé débil y sin fuerzas, por la enorme cantidad de energía que me tomó el decirle. Estaba débil e indefenso; vulnerable a su respuesta. Pero no hubo ninguna. No podía responderme, pues había quedado perpleja por mi confesión. Su cara lo reflejaba porque sus ojos parecían los de un búho en la noche, y su boca la de un caimán a punto de morder a su presa. Estaba en shock, pero se le dibujaba una sonrisa. Así que para no complicar más la cosa, la dejé así mismo y me fui retirando poco a poco, con una sonrisa pícara en mi rostro. Me di la vuelta y caminé en dirección opuesta a Isabel. Cuando estaba a punto de entrar al lugar de los espectáculos, miré hacia atrás y la encontré todavía en el mismo sitio, con la misma expresión, sin moverse, sus ojos clavados en mí. Pensé “victoria”, y entré. Y a veces no puedo evitar pensar que ella también pensó victoria. Esa fue la última vez que la vi. Nunca supe la razón, pero esto fue lo que pasó. Tentado a llamarla esa noche, me dormí pensando en ella, esperando también poder soñarla. Así pasé el próximo día y el que le siguió a ese. Le estaba dando tiempo para que me diera una respuesta, pero ya era suficiente. Al tercer día del suceso más grande de mi vida, tomé el teléfono y la llamé. Hablamos un poco, pero los dos ignoramos el tema. Al rato me dijo que iba a tomar unas tutorías y que tenía que colgar. Prometió llamar cuando terminara, pero no lo hizo. Llamé el día siguiente, pero no contestó el teléfono. Tampoco contestó el día después de ése, ni el que le siguió, ni en una semana, ni en dos… Al principio me estuvo raro. Luego comencé a preocuparme, y cuando pasó un mes sin haber tenido ningún tipo de contacto con Isabel, me empecé a molestar. No podía evitar cuestionar el porqué de lo que estaba sucediendo. ¿Será que le ocurrió algo? Tal vez su teléfono había sido desconectado o por alguna razón se había dañado. Pero de haber sido así, ¿por qué no se había comunicado conmigo? Así que continué llamando día tras día; una llamada en la mañana y otra en la tarde. Nunca fallaba en llamar. Pero pasaba el tiempo y mis llamadas no eran contestadas. Y la duda seguía ahí: ¿Qué pasó? ¿Por qué?

 

Durante mucho tiempo mantuve viva la esperanza de volver a encontrarme con ella. Quizás si fuera a los lugares que ella iba, o quizás si visitara otras iglesias, la encontraría. Quizás… pero nunca sucedió. Fue como si de repente una parte de mí hubiese sido arrancada sin ningún aviso, sin ninguna consideración, pero sobre todo, sin explicación. Y para este tipo de dolor; el dolor que no es del cuerpo, sino del corazón, no existe anestesia. Yo quedé tan desilusionado con todo lo sucedido que me obsesioné con lo único que me quedó de ella; su recuerdo. Comencé a pensar en ella a pesar del odio que estaba creciendo dentro de mí. Pensaba en todo lo que me podía acordar. Tolo lo que pudiera hacer para no olvidar su cara, lo hacía. Pero lo único que logré fue soñar con ella casi todas las noches. Eso me hacia aún más triste porque cuando despertaba del sueño, la necesitaba aún más. Y siguió pasando el tiempo. Ya se me olvidaba el sonido de su voz. Ya se me olvidaba la suavidad de su piel. Ya se me olvidaban muchas cosas y tal vez, ya se me olvidaba que la amaba. Esto que sentía ahora era algo más parecido a resentimiento, confusión; una mezcla de sentimientos, pero no era amor. ¿Cómo podría el amor hacerte daño hasta causarte dolor? Quien sabe… Quizás eso es el amor.

 

Una noche, varios meses más tarde, ocurrió algo que me tomó por sorpresa. Después de todo ese tiempo había adoptado una costumbre, que era marcar su número de teléfono todos los días por diversión. Mi pensar era que si su correo de voz no había cambiado aún, entonces su número debía seguir siendo el mismo. Así que llamaba solo por molestar. Ni siquiera pegaba mi oído al auricular. Había llegado a la conclusión de que la única razón por la cual Isabel no contestaba mis llamadas, era simplemente porque no quería. Y el hecho de saber que su teléfono sonaba cada vez que yo la llamaba, me daba gusto. Pero esa noche algo sucedió. Luego de haber ido a la iglesia, almorcé en casa de mi abuela junto con la familia. Nos quedamos compartiendo hasta anochecer y como de costumbre, comencé a marcar su número como lo hacia todos los días, mientras hablaba con mis familiares. Y mientras hablaba, de momento escuché un pequeño sonido. Por un instante no sabía de dónde venía, pero vi que la llamada había entrado. Rápido me pegué al teléfono y fue entonces cuando después de tanto tiempo volví a escuchar su voz.

 

-¿Hola? –me dijo.

 

Yo vacilé por un momento, sorprendido por lo inesperado de que hubiera contestado.

 

-¿Hola? –volvió a preguntar.

-¿Isabel? ¿Eres tú? –pregunté inseguro.

-Sí.

-¡No puedo creer que hayas contestado! He estado llamándote por varios meses. ¿Qué sucedió? ¿Estás bien?

-Sí, pero no puedo hablar ahora mismo. Estoy ensayando en el coro de una iglesia. Yo te llamo cuando termine.

 

Una vez más me veía amenazado por la idea de volver a perderla. No quería colgar. Temía que si lo hacía, la perdería para siempre. ¡Tenía tantas preguntas para hacerle! ¿Qué podía hacer?

 

-Promételo – le dije-. Prométeme que me llamarás cuando termines.

 

Era una prueba. Si prometía llamar más tarde y lo hacía, todo estaría bien. Pero si prometía llamar y no lo hacía, entonces yo sabría qué clase de persona era ella. Sabría que podría olvidarla.

 

-Está bien –me dijo- lo prometo.

-Muy bien, entonces adiós.

-Adiós.

 

Y colgamos… Mi cara no tenía ninguna expresión en lo absoluto. Ya no estaba en casa de mi abuela, sino que me encontraba lejos, muy lejos. Sólo pensaba en las palabras que dijimos; en el sonido tan terriblemente hermoso de su voz. ¡Cuánto la había extrañado! Pero, ¿dónde estaba la victoria que alguna vez pensé tener? Ciertamente ella me tenía a su merced. Esperé la llamada prometida hasta tarde en la noche. Los meses que habían pasado parecían nada en comparación. Pero una vez más fui decepcionado. No llamó ésa noche. Nunca he vuelto a escuchar su voz. Desesperado traté de llamarla sin éxito alguno. Era mi culpa por haberme ilusionado. Debí haber insistido en resolver el asunto antes de colgar. Pero confié en ella como un niño inocente y estoy pagando el precio. Quedé aún más molesto que la primera vez. De ahí en adelante comencé a odiar la idea de ella. Inclusive borré su número de teléfono para que fuera más efectivo el proceso de olvidarla. Me convencí de que nunca me quiso, sino que jugó con mis sentimientos. Y así, finalmente fue ella quien obtuvo la victoria en su juego enfermo de conquistarme. La odié como nunca antes había odiado a alguien. Odié todos sus recuerdos, sus palabras, su sonrisa, y aún su mirada tan profunda y penetrante; la mirada que podía llegar hasta mi alma. La mirada que una vez llegué a amar. Pero a pesar de todos mis esfuerzos por olvidarla ya era muy tarde. Puede ser que mi mente la haya olvidado, pero muy a menudo me doy cuenta que mi corazón todavía no. Ella se aparece como un fantasma que sólo desea atormentarme. Se aparece en mis sueños y siempre despierto loco de rabia por su recuerdo maldito; por su fantasma en mi memoria.

 

Ver métrica de este poema
  • Autor: Lobo Blanco (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 8 de octubre de 2013 a las 21:15
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 72
  • Usuarios favoritos de este poema: Valeria, CecyM@rquezZ, Marner.
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos Novedades semanales


Comentarios6

  • Valeria

    Y si cambia la historia......... Isabel es la que llama y él es que desaparece...............................................

    • Lobo Blanco

      Si cambia la historia, si 🙂 Quieres cambiarla?

    • Gisela Guillén

      Lobito querido…!que linda y tierna historia de amor!
      Un beso para ti.

      • Lobo Blanco

        Gis, como siempre, muchas gracias!!! Esto me paso de verdad heheh. Esa... @#*$&*&!!!! AHAHHAHAHAHAHHAHA Fue la primera chica que me gusto de verdad.

        • Gisela Guillén

          Que lindos recuerdos Lobito...ese amor siempre se recuerda.

        • Hay 1 comentario más

        • CecyM@rquezZ

          Eso fue mas que hermoso, me encantó, pero por que odiarla? El odio no nos lleva nada solo nos atormenta y nos hace ser mas fríos, mata nuestros sentimientos, mata el amor. Yo sentiría lástisma por esa persona, por que no sabe amar y una persona que no ama debe ser muy infeliz, una persona que juega con los sentimientos de los demás es una persona insensible y dudo que conozca lo que es el amor quizás por eso no podía corresponderte Dios quiera no tenga que sufrir lo que tu probre de ella.

          • Lobo Blanco

            Gracias Cecy! Y todo lo que dices es cierto.. El odio hace todo eso. Pero solo puedo decir, que solo soy humano y el odio es parte de los sentimientos que me hacen ser quien soy. No es bueno, claro esta. Tengo que trabajar con eso. Pero del lado bueno, de ese sentimiento nacieron muchos poemas! HEhehehe y si, jugar con los sentimientos de alguien es imperdonable.. Me alegro que te gustara.

            Saludos!

            • CecyM@rquezZ

              De nada y viéndolo de esa manera tengo que agradecerle a ella por hacerte sufrir por que nos regaló un gran poeta a todos.

            • Hay 3 comentarios más

            • Marner

              Ah... como me recuerda a mi... si, esa historia me recuerda

              quizás a quien no eh olvidado.

              Bello de pies a cabeza.

              Me tuviste pegada sin parar de leer hasta el final.


              Mucho éxito.

              • Lobo Blanco

                Hmmm al parecer pasa más a menudo de lo que pensé... 🙂 Muchas gracias Karen. Muy gratificante saber que te capturé con mis letras 😀

                Exito a ti tambien.

                PS: No pierdo nada con preguntar. La de la foto no eres tu verdad?

                • Marner

                  Gracias.
                  jaja por qué dices eso?

                • Hay 9 comentarios más

                • El Hombre de la Rosa

                  Una belleza la atenta lectura de tu gran prosa literaria amigo lobo Blanco
                  Abrazos de sincera amistad de Críspulo
                  El Hombre de la Rosa

                • Lobo Blanco

                  Wow muchas gracias Críspulo!!!! Abrazos!



                Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.