Fragmento de un resplandor

Y sentada bajo la luz de la ventana, con las piernas flexionadas abrazándose de ellas como si de eso dependiera su vida misma.

Su mirada perdida en el horizonte, pareciera estar viendo los ladrillos de la casa vecina, pero no, su mente se encontraba ya muy lejos de este mundo.

Los recuerdos de aquellos días felices venían a su mente y sentía como sus ojos se llenaban de lágrimas, y como un torrencial de emociones luchaban inútilmente por salir de su pecho del cual se había jurado que jamás saldría nada.

Pudo escuchar, pudo sentir, incluso oler y saborear su exquisita presencia; no era algo que se pudiera olvidar fácilmente. Sintió una calidez embriagante y contuvo el llanto y tragó saliva para deshacer ese nudo en la garganta, pues recordó que a él no le gustaba verla llorar.

No lo odiaba, aunque con angustia recordó habérselo dicho más de una vez; al contrario, seguía amándolo como aquella primera vez que se vio reflejada en esos maravillosos ojos, tan llenos de dolor.

Y a pesar de que el tiempo había hecho de las suyas, ella seguía teniendo la esperanza de volver a ver su amorosa mano acercarse a la suya y sentir de nuevo su calor, ese calor que la tranquilizaba cuando más lo necesitaba.

Sintió que alguien se aproximaba detrás de ella y colocaba su mano tiernamente sobre su hombro para no asustarla; ella volteó hacia atrás, al mismo tiempo que se esforzaba por dibujar una sonrisa en su rostro, y con su mano rozó su mejilla para secar esa lágrima que no pudo evitar dejar salir.

El joven se acercó con cariño  a su oído,  y le dijo a modo de susurro –Ya es hora…-.