Palabras silentes

Condenado a repetir tu nombre,

lisonjeando, no sé por cuanto tiempo,

ando por el filo del abismal delirio, con

una estrecha esperanza que se va helando

día a día que no te puedo mirar; si cuando te miro,

imagino que te tengo, luego

atas mi vida a un sueño, y te vas.

 

Es entonces que acaricio el dolor

que duele tan adentro de la ausencia;

y quisiera creer que ya no espero,

que me inclino mejor por el olvido.

 

Pero mi mente aún sabe escribir tu nombre

tardío, en el silencio del aire que está muriendo,

desde que el sol se fue a buscar en otros cielos

tu rostro para traérmelo con más brillo.

 

En tanto el tiempo gotea lentamente

sobre el fresco terreno del amor,

mojando de nostalgia y miedo mi pecho

que no sabe lo que hacer para tenerte cerca.

 

Y sobre la espesa bruma de las horas marchitas

recuesto mi pensamiento joven y desolado,

al que acompaño en su momento duro

con éstas palabras silentes, que parecen no haber vivido.

 

Al menos te confieso

que mi verdadera vida aún no tiene significado,

si sólo tiene por adorno a una coreografía de sentimientos,

y aquel escondido beso que es el sello de mi suerte,

por el que languidece mi alma cada vez que te pienso.

 

Alguna vez soñé escuchar en tu vientre sonrisas de alegría

cubiertas de suaves movimientos que aplaudían mi paciencia,

de tantas que ni una hasta ahora te despierta

de ese mundo de belleza que te aleja del presente.

 

Mas ahora me pregunto; por qué no dieron fruto

esas firmes miradas que sembraste en mi alma;

acaso sólo fueron respuestas de ironía,

al tú darte cuenta de mi sonrisa desvalida.

 

Si tan sólo supieras entender lo que siento,

harías un paraíso de la pena que yo llevo;

si tan sólo pudieras encerrar muy adentro de ti

estos versos que arrojan vida, que se mueren ignorados.

 

Mas, mis letras se irán borrando despacio con el tiempo

como el verde pensamiento que se desgaja en soledad,

y frías cenizas quedarán de aquel ensueño,

ensueño que no sé por qué lo titulé Claudia.