Mi funeral.

Letras inertes

No sé qué hora es, a penas estoy moviendo mi mandíbula y mis tímpanos se abren como desenroscando dos rocas de carne.
El tanque diafragmático de mi estomago se llena ligeramente, espumea el aire en mi cuerpo -sigo sin saber la hora- y un espacio reducido de luz artificial entra por algún lugar no muy claro que alcanzo a ver. A penas abro los ojos, me pesan los parpados y el alma se me va pegando al cuerpo, como sin darme cuenta por qué razón estuve fuera tanto tiempo.
No es extraño sentirme desorientado, pero esta vez hay algo diferente en esta perdida inexplicable, en estos labios secos y cosidos de sueño. No tanto por mis piernas pesadas, menos por las marcas de una cama de cera en mi piel. Es más que eso, es más que esta saliva que baja por mi garganta, lenta y fijamente, amarga, sin idioma alguno, sin peso en su paso.
Con medio cuerpo arriba y un olor a perfume mezclado con polvo, trato de recordar y no se me viene a la mente un "hasta mañana", y en voz baja me pregunto dónde estoy. Sé que conozco este lugar, en este instante donde el odio no trabaja, pero a fin de cuentas, sin ciencia y sin respuesta de este universo interrumpido ni mi voz tiene eco.
Y como instinto alguno, me arrastro sin problema por el espacio de cera, piso tímidamente el suelo -está frío- y quiero ir a la luz, esa luz por la ranura que me habla de suspiros.
Tengo miedo, se nota en mi corazón que susurra a cántaros todos estos pasos, peor aún siento mis piernas deslizándose sin fin, no avanzo. Prefiero parar, quedarme inmóvil, el mundo (cuál sea este) gira a goterones, miró hacía mis pies y en el viaje de la vista me descubro sin ropa, con mis dedos arrugados, un poco morados. Giro mi cabeza hacía la izquierda y sobresale un fondo con una figura que se me hace familiar, dos extremos de maderas unidos invertidamente. Contrario a mi derecha susurran voces muy tranquilamente, me opaco, tal vez no estoy solo; no me pesa el cuerpo, tan liviano y frágil, me recuerda cuando mi madre me dice que soy un gran hombre con cuerpo liviano, fuerte pero sensible, siempre que lo dice me siento confundido, pero a fin de cuentas sin cuestionar más, sé que lo dice por algo. Me acongojo, me siento triste, distante y expectante. Siento los años a través de mis dedos y sin mayor prisa, resopla un aire que llena el lugar extraño, vuelvo a mirar al lugar de mi huella,, inexplicablemente resulto acostado de nuevo en la cama.
Caen millones de gotas a mi cabeza y muchos quejidos me espantan, me erizan sin más remedio y con ganas de llorar, cierro los ojos. 

Gonzalo Piedrahita/Cementerio San Marcos
Miércoles 3 de Noviembre de 1982

  • Autor: Migue-Letras inertes (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 16 de mayo de 2013 a las 01:44
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 93
  • Usuario favorito de este poema: subelyt.
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Comentarios1

  • subelyt

    Vaya demasiado interesante el poema, demasiado... Excelente... me gustó...

    • Letras inertes

      Muchas gracias.
      Me encanta que te haya gustado.



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