ODA A LA ROSA DE LOS TIEMPOS

CARLOS ALBERTO BADARACCO


 

Basta de poemas tan seniles

ese amor tan bastardo que nos vive,

que convierte en estiércol puro los sentimientos.

 

La gran Rosita.

 

Esa era la misma luz de aquel realismo

que adornaba con matices la vida entera.

Lo hacía desde un panel de colores viejos

 

alardeando del poder de ser humana.

Presagiar, dar cabida a las viejas ilusiones

y ser feliz como la memoria del arco iris.

 

Tuvo siempre un ardor tan desbocado.

tan vehementes sus hechizos y sortilegios.

No era bruja pero sabía sobreponerse

a los indignos avatares de la vida.

Mirar atrás y reírse a carcajadas de los rufianes

que han quedado desparramados en cada pozo,

llorando las memorias de sus tormentos

con un halo de pasiones contenidas

 

Ay qué estúpidos mandarines de la desidia

que impuros solariegos de sexo muerto

allí quedaron con la bragueta baja desvencijados

ante la risa más irónica de la gran Rosita

 

Y fue uno, luego otro y otro más se fue sumando

a esta hecatombe de hombres necios.

Yo me mantuve alejado y avivando

la llama ardiente de su rosario de cuentas rojas

 

Era sangre, no eran lágrimas, eran triunfos

y aunque muerta hoy ya está siempre con la risa

puesta en su tumba para alentar

a los famosos hacedores de lo inútil.

 

En su lápida reza siempre aquella nota

“soy vencedora de la vida y de la muerte.

Alma, cuerpo y con astucia la lozana armonía

de mi fuerza”

 

Rosita       

 

Es la historia de la lucha empedernida

por mantener un lienzo rústico en vez de seda

 

Rosas con espinas ardorosas

y aquellas abejas ciegas que la siguen,

que se han quedado arrodilladas entre las piedras

 

con ese amor tan sutil y pernicioso.

 

El mundo la llora

la odia,  y la calumnia

pero ella sigue engarzada en cada verso.

 

Entre ofrendas

las mujeres

lloran rosarios

 

pidiendo que los sapos se la coman,

gusanos que se levantan de la tierra

 

amando con el sueño puesto en la miseria

las larvas de su cuerpo también se comen

 

las sangrientas escorias de su alma.

 

y así viven, y se esconden con dagas llenas

de sangre puesta entre los filos de sus pesuñas.

Cuerpos endémicos pero infelices van camino

 

a ver la escoria con la inmundicia que triunfa.

 

El tiempo es testigo de tanto odio,

por la indigna postura de las mujeres

 

cagonas por el amor todo lo pueden

aún regalarse a la miseria de ser hediondas.

 

¿Apestarán?, sí seguro, pero de aburridas

con las lágrimas enjugadas en sus rostros.

Serán magnolias sin regar, serán fiambres

de pura lacra inhumana recalcitrante

 

No hay ya un signo de elocuencia,

hay rezos para apartar ciertos fantasmas

Pero todos ellos están corruptos

por el odio que se esconde entre las tumbas,

lascivamente,

libidinosamente

 

junto a Rosita. 

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