UNA HISTORIA COMO CUALQUIER OTRA

PERSEPHONE

Y por una calle cualquiera de esta inmensa ciudad iba Terruce Graham, caminando y mirando hacia el suelo, con una bolsa en su mano que contenía algo que hacía meses estaba esperando. Esa tarde Terruce estaba decidido a terminar con su vida, había tomado la decisión de suicidarse. Estaba cansado, muy cansado de tener que ser siempre alguien que no era, en otros momentos de su vida lo había pensado. Ese pensamiento nunca se había ido, ese pensamiento de no encajar en la vida. No por no ser rico o por provenir de una familia humilde. Sus preocupaciones eran diferentes a las del dinero. Su gran molestia consistía en vivir en una sociedad mediocre, en una sociedad conformista, en una sociedad inhumana, en un mundo totalmente capitalista…

Terruce Graham era un hombre de 25 años alto, delgado y de cabello largo castaño. No era muy diferente a los hombres de su edad. Vivía solo y trabajaba en una empresa y una labor que no era totalmente de su agrado, pero como otro idealista derrotado;  hacia algunos años había comprendido que en este mundo, en este mundo de porquería como a él se refería, no había nada más que hacer que regalarse al sistema y ser un empleaducho mas con un sueldo de miseria.

… Camino algunas cuadras mas y se detuvo en una puerta de color café, entro a la casa y se dirigió al apartamento que hacía meses atrás se había convertido en su “hogar”, descargo su maleta abrió la bolsa y saco el frasco que contenía un liquido verde algo viscoso, se dirigió a su nevera y saco una botella de vino. Se sentó en su cama con una copa en la que había mezclado un poco de vino con el líquido verde de su frasco. Ese líquido se conocía como Cicuta, conseguirlo le costó bastante. Pero si había decidido finalmente partir de este mundo lo iba a hacer a su manera, recordando a Sócrates y su amor por la filosofía griega.

Mientras lo bebía empezó a recordar partes de su vida, su infancia sus padres sus hermanas y una suave lagrima rozo su mejilla la sintió tan caliente que pensó que estaba desgarrando su piel al paso. Pensó también en sus amigos con los que compartió tantos momentos de tertulia y alcohol. Y su novia, aquella chica, esa única chica que había conseguido lo que ninguna otra darle una razón para quedarse. Pero Terruce sabía muy bien que no se podía engañar y que aquella “chica” en cualquier momento se iría porque algo había entendido con el paso de los años que esas personas, ese tipo de personas que valían la pena, que eran excepcionales y maravillosas muy pocas veces permanecían en la vida y tampoco era justo retenerlas, más que en el pensamiento. Y así siguió dando sorbos que le parecieron infinitos. Porque en su mente los recuerdos, y los pensamientos se agolpaban. Ese beso, ese buen libro, ese bar, esa caricia, esa rica comida. Todo era un caos en su cabeza hasta que por fin término la copa estaba vacía.

Limpio sus labios con su mano y tomo un cigarrillo. Entre lo mucho que había leído acerca de la muerte con Cicuta no encontró cuanto tiempo tomaría para que el veneno de la misma le diera su paso fuera de este mundo. Así que decidió encender el cigarro; tomo el teléfono y empezó una a llamar a las personas que más quería, primero a su mama le dijo cuanto la amaba, al igual que a su padre y sus hermanas. Luego llamo a Candice esa chica especial de su vida, le agradeció por haber sido siempre tan paciente con él y todo lo que había aprendido a su lado. Por último acomodo en su mesita de noche una carta donde explicaba a todos sus razones para la decisión que había tomado. Esta iba dirigida a todos los que lo conocían.

Empezó a sentirse cansado y con sueño, así que apago su cigarro y se recostó en su cama. Y así poco a poco empezó a desvanecerse hasta que todo fue blanco. Pero no era un blanco común era muy blanco, tan blanco que Terruce sintió que sus ojos aunque cerrados se sentían lastimados. Sintió conciencia y entonces pensó en que había fallado que no había muerto, se levanto pero a su alrededor no había nada todo era blanco menos su ropa, sus jeans azules y su camiseta y tennis negros. No había ningún ruido más que el de su propia respiración. Camino un poco hasta que se detuvo decidido a gritar pues no había nada más que el blanco. Grito varias veces pero no hubo respuesta. Llego a un aviso y vio que el camino se dividía en dos, lo vio porque uno de esos caminos era negro el otro seguía siendo blanco. Terruce pensó un momento y decidió continuar por el camino blanco. Hasta que por fin llego a un lugar con un frondoso bosque y a lo lejos en lo más remoto veía un gran castillo. Los colores de las cosas que veía eran más fuertes que de lo normal, el asombrado se detenía a observar todo con detenimiento. Camino durante muchas horas aunque él no sintió en ningún momento cansancio y cuando menos lo esperaba llego al puente del gran castillo, el puente se bajo y entonces Terruce entro.

Al entrar empezó a ver personas, las personas queridas de su vida incluso a las que no había conocido, sus padres, sus hermanas, su novia, sus amigos, maestros de su escuela, los escritores y personajes de sus libros favoritos, sus héroes revolucionarios, sus filósofos y dioses griegos. Se sentía tan feliz, se sentía tan pleno tan completo que sintió que realmente había llegado al lugar que pertenecía ahora realmente era el Terruce Graham el hombre que siempre quiso ser y el lugar a donde siempre quiso pertenecer.

Mientras tanto en casa su madre que había ido a verlo luego de su llamada porque la había dejado algo preocupada (no era común que Terruce fuera tan cariñoso y expresivo) con una tristeza inmensa empezaba a avisarles a todos que Terruece había sido conducido al hospital pues lo había hallado inconsciente. Ya todos reunidos en el vestíbulo el Dr. Que lo atendía salió a darles noticias acerca de su estado. Terruce no estaba muerto la Cicuta había sido muy poca para matarlo, pero aunque su corazón seguía latiendo y el respirando la mente de Terruce ya no estaba acá, era su cuerpo el que permanecía pero su mente había volado a algún otro lugar desconocido para los doctores. Su madre entro al cuarto a verlo y vio su rostro tan calmado, tan complacido, aunque sin ninguna expresión ella sentía que el al fin era feliz. Y aunque sería demasiado duro para todos aceptar que el ya no estaría sabían que ahora el estaba donde quería estar, que esa era su decisión y que la iban a aceptar. Le dio un beso en la mejilla y una de sus lágrimas rodo por su cara y con un tierno abrazo le dio el adiós a su amado hijo.

 

FIN

  • Autor: PERSEPHONE (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 29 de noviembre de 2012 a las 22:26
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 141
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