Confesiones de papel.

Diegara

En la escuela del verso me enseñaron a representarme en una hoja de papel, con letras mayúsculas y MINÚSCULAS, rayando mi piel con analogías y metáforas de vida, con términos rebuscados/Inteligentes para que no me entienda cualquier torpe. Encerrado en un soneto, versos endecasílabos, estrofas: cinco menos uno, dos cuartetos amarrados de dos tercetos; soy la prosa desgastando las calles sólo por hinchar.

Me enseñaron también a inventarme en cuatro letras: ramo, mora, maro; roma…

Escuchar mis ideas a través del sonido del bolígrafo en el papel.

Desarrollarme en tinta negra o multicolor porque ese es el espejo de mi alma.

Me introdujeron en un universo equipado de acentos, puntos y comas, diéresis, y signos de admiración. Me enseñaron que los signos de interrogación no sólo forman parte de la literatura sino también es una manera de ver la vida, una filosofía, una ideología en la cual me degusto reinventándome constantemente sin encontrar todas las respuestas de las cosas.

En la escuela del verso me invitaron a poseer a la musa y no abusar tanto de ella. Pasa un instante y lo demás es trabajarme, borrarme y rehacerme, tacharme, caerme y levantarme y volverme a caer para encontrar el rumbo preciso en el relato.

Me inyectaron de rimas y de ritmos, de tiza y de lirios y a las 12 de la luna encontrar el espacio para concebirme otra vez en una nueva historia.

Imaginar un mundo con posibilidades inconmensurables, espacios oníricos, ríos en cielos y soles en ojos, atardeceres en lunas y canciones en silencio; invenciones absolutas que ingresan desde mi pensar haciendo un puente con mi pecho, deslizándose sigilosamente por mis venas y arterias, brincando por mis brazos y expulsándose hasta mis manos, la pluma es un buzón en el cual refugio mis cartas y cuando encuentro la llave del mismo, forjarlo en la tersura del papel y  manchar de tonterías la blancura hasta que el camino se hace claro y de alguna manera me envuelvo en la conformidad de barrer el escrito, pasarle un trapo, llenarlo de cera brillante, aromatizarlo, enjuagarlo en ciclos, centrifugarlo y suavizarlo y llenarlo de colores y tal vez de esta manera no me suma más en la mediocridad crítica de quedarme con las primeras ideas, cruzarme de brazos y revisarme en una breve releída.

Un poeta no termina nunca un poema, simplemente se olvida de ellos y hace nacer nuevos.

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Comentarios3

  • El Hombre de la Rosa

    Me quito el sombrero amigo Diego Ramirez Iriarte... ante la magistral clase de reglas poeticas que nos ofreciste en tu genial prosa literaria.
    Un placer leerlo
    Saludos y amistad

    • Diegara

      Muchas gracias por tus palabras, amigo. Que lindo que te haya gustado. Espero andes bien. Abrazos y vida.

    • Angel del solaz

      Esto es ser poeta ...felicitaciones..
      TE LLEVO AMIS FAVORITOS
      UN BRAZO

      • Diegara

        Muchas gracias, Angel. Te leere. Un abrazo.

      • Sophia Sea











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        Magistral...maravilloso...!!!



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