El Poeta

Poeta le dicen porque puede escribir,
por lo que siente, por lo que ve.
Escritor porque puede darle a otros para leer
y transportarles entre líneas,

y en un mar de sílabas sus emociones diluir.

Cada vez que le llaman él contesta como puede,

humilde, sincero,
acallado por el sonido de las emociones errantes
que viajan vibrando en los ojos
a través de un lento despertar.

Ellas, juguetonas, caprichosas

a destajo vienen y van,

cuando quieren le quitan, también le dan.

Resignado, él baila el vaivén de sus musas primorosas.

 

Cuando él las busca,

ellas esquivas, simulan relativo interés,

lo usan como carnada

y él, ingenuo cae siempre, durmiendo despierto,

en aquel juego vetusto que lo revive diez veces y cien.

 

El poeta se pierde en la nada,

en métricas su alma divaga,

las sílabas le abandonan, se escapan,

las ideas se eyectan de la mente inundada.

 

No puede hacerse de sus letras,

ellas le aclaran que no son su pertenencia,

le piden distancia, independencia,

el autor se conforma con la vaga reminiscencia.

 

Aprende que el amor no necesita reglas sino constancia,

que su demostración más sincera es la dedicación, la abnegación.

Entiende que para ser de su afecto merecedor,

primero debe contentarse como su paciente observador.

 

Qué diferencia podría existir entre los amantes que comparten su razón,

si la copla les acompaña, vive con ellos de sol a sol.

El poeta esperanzado se sienta a conversar con su amor,

se evade a sí mismo para encontrarse con su vocación.

 

Escucha como sus letras le gritan, le exclaman,

lo desnudan, lo consignan, lo conectan.
Dejó su intelecto en concesión para volver a sentir,

desterró a su obsesión al nimio mundo para comenzar a escribir.

Ellas le liberaron y a su egoísmo tedioso desterraron,
exilio magnánimo del ser que emanciparon.

Él con toda su vida pero no tiene más que a ellas,
es libre ahora porque tiene sus letras.