La amante de la noche (II)

Jayme

— Te avisó que si la mina no se va, mis compañeras le van a dar la dura, porque molesta a los clientes y no las deja trabajar tranquilas.


Sin más remedio tuve que llevármela a regañadientes para su casa, yo solo, como pude (esta me la deben los antropólogos). Con un poco de suerte llegamos y se las entregué a los habitantes de la "Mansión de Lynch", no parecía más que un bulto. Les relaté brevemente lo sucedido mientras amanecía, los demás integrantes del clan salieron agitados en busca de los dos cautivos... que a esa hora seguro seguían presos.


Me fui caminando solitario bajo la lluvia contento por haber cumplido la misión, pero enrabiado por haber terminado la promisoria reunión con Cristina. Esa noche el aire se vestía de una olorosa intimidad, sobre los techos de lata la luna repujaba sombras acanaladas, las mismas que deambulaban los desconcertados gatos de agosto, estridentes se perseguían y no obstante la ausencia de sigilo de los desesperados maullidos, la sensación de soledad abatía las horas soñolientas

* * *
Me levanté tarde al otro día, como El Dorado estaba en mi camino pasé a ver a mi nueva amiga. La llamaron y salió al instante. Me saludó con gusto invitándome a almorzar. Acompañada de su contubernio comimos tallarines con salsa, supe entonces que le había caído bien. Después del almuerzo Cristina encendió un cigarrillo y me explicó lo que había sucedido esa extraña noche: lo que pasó -dijo- es que tus amigos se pusieron a atracar en medio de la pista de baile, se estaban besando como hombre y mujer así que el dueño llamó a los pacos porque no le gustan los maricones. Escuchar esas palabras me dejó para adentro, no supe que decir. En mi estupor quise discernir por qué a mí no me habían tocado ni llevado detenido, la única razón posible: estar bailando aferrado a una mina del local, esa maniobra y la tranquilidad impertérrita de esta mujer desconocida me salvaron el pellejo. La cuestión es que: salvo a la gente de un pueblo enchapado a la antigua, a nadie le importaba lo que hicieran los gueones.

Con el tiempo supe que estaban experimentando nuevas sensaciones, y que dormían juntos, como pareja, de modo que eso lo explicaba todo. Al menos yo nunca los vi en nada tan raro, ni siquiera esa noche. Muchas veces quemamos algunos caños y compartimos buenos momentos.


Respecto de Cristina, salimos una noche llevando otra compañera de su trabajo y un conocido de ella, un tipo que era infante de marina. Nos echaron de varios bares del Barrio Estación, o nos atendieron muy mal: es difícil ser una puta reconocida.


Finalmente saltamos al centro de la ciudad, a una discoteque de renombre. Allí todo cambió, pudimos sentarnos tranquilos a departir la clásica botella de pisco con cuatro bebidas e inevitablemente las minas empezaron a acalorarse, desatando su modus vivendi apoderándose de la pista de baile, desde ese minuto empezó otra fiesta en el lugar. Sacaron a bailar a unos tipos y es difícil explicar la sensualidad de los movimientos de sus atrevidos cuerpos, Cristina aprovechó para tirar de la corbata a un incauto observador, un tipo muy bien vestido, se le pegó al cuerpo restregándole el culo por todas partes, le tomó las manos y las puso bajo su blusa: una en cada teta. Los que la miraban no lo podían creer, la silbatina de aprobación redundó en un mar de aclamaciones, desinhibida quitó parte de la ropa de su transpirado cuerpo, hasta quedar media desnuda; incitando de paso al público a seguirla.

... CONTINUARÁ

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Comentarios1

  • jose miguel hernandez l

    QUE CONTINUE EL SHOW.

    ES BUENO TU RELATO

    ME AGRADA LEERTE

    SALUDOS



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