Nocturno

jonathanbenavente



Bien, éste es el insomnio, tierra de solitarios y poetas, turno en que los objetos

inanimados se hunden en su propio silencio inobjetable bajo la sólida

penumbra que iguala los volúmenes hasta hacer de ellos un líquido turbio.

Todos han encontrado donde pasar la noche, incluso los indigentes que a

menudo vemos deambular por nuestras calles tan desposeídos; sea en

recámaras o sobre cartones en derruidos edificios, todos duermen, como

costales de carne, entre intermitentes respiraciones y ronquidos, a veces

alguno se atreve a soltar un somniloquio que habla de un lugar fantástico que

al despertar olvidará completamente. La paz del sueño a penas interrumpida

por los hijos de la madrugada, aquellos acostumbrados a escuchar al silencio,

la quietud, en la panza gris de la noche crescendo, crescendo igual que una

ola, hasta las pestañas del cielo, mientras surgen pensamientos inadecuados

para las horas claras. Leves soniquetes rasguñan el suspenso que las horas

visten y crecen hasta asemejar murmuraciones que la paranoia gusta

interpretar a manera de amenazas provenientes de ultratumba, el trote del reloj

es el trote de la muerte materializada en desgracia, que silenciosamente

recorre las calles con su tachonado registro, verificando a quién le toca hoy

visitar, ocurriendo de manera repentina, por la menor negligencia causada por

el sueño, o bien en manos de algún desquiciado instrumento de su burocrática

labor; adentro o afuera, no hay lugar donde podamos escondernos de ella, he

ahí la tragedia, mas es agradable a los poetas, a los escritores decepcionados

que saben sentarse ante ella y charlar acerca del “tiempo-pasado-fue-mejor”.

Hay quienes se desvelan por amor en sus ventanas, neófitos para la noche,

oyendo en la noche sus corazones rotos como único designio, fumando en

piyama su melancolía, sin escuchar el mar en las afueras, el viento que

alborota las frondas fosforescentes, el fuego inextinguible que carcajea

mientras devora una familia entera. Yo espero que venga ella, la de las

cuencas encendidas, es mi amiga, nos conocemos bien las caras, “ porqué

andas tan turbado” me susurra amablemente, así es nuestra relación, dejo que

su voz acaricie mis dedos un instante mientras en mi interior un animal clama,

luego ella se marcha y yo me siento a escribir.

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Comentarios1

  • El Hombre de la Rosa

    Una bella historia en prosa literaria llena de la hermosa forma de encadenar las palabras.
    Buien escrito



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