Historias de cajón

Fernando Curiman

Llueve la luz de la luna cansada sobre los tejados grises de un paisaje benevolente. Mis manos recogen silenciosas el botellón púrpura de vino tinto mientras con ojos de sueño me mira el viento y toda esa hipnosis que lo destaca. Amaneciendo llegó mi noche y en un suspiro de pensamientos acaricié las memorias de una soledad atosigadora, esa soledad densa que mantiene mis pasos lentos, mis ojos vacíos. Grité para mis adentros un improperio filosófico al sentimiento tenue de la nostalgia barata que me hacia llover las visiones.
-¡Déjate de hueviar!.- Me dije, al notar que mi garganta se iba contrayendo al paso ardiente de tu imagen y ese chalequito negro que te regalé al pasar por la feria de las pulgas del Santa Lucía.

Una maldición al tiempo, que no se detiene seguiría en la lista retrospectiva de la historia que iba cayendo por mi garganta con el vino tinto. Otra maldición a tu belleza sería la siguiente, y otra más a todas aquellas hembras que no dejaron suficiente almíbar en mis huesos como para barnizar la pintura carcomida por el escrito de tu nombre.
Y así continué caminando por los ancestrales tormentos de tu recuerdo, con casi tres cuartos de botella menos y un notorio sentimiento misógino entre mis cejas ebrias. 
-Ya, filo.- Fue la conclusión de aquella terapia hermosa, bajo las estrellas y sobre un resbalín de la plaza donde solíamos acostarnos. Un gran y último respiro a mi botella sería la sentencia de término para aquella noche llena de universos mentales. 
- Deme otra.- Le dije a la señora de la boti, que tenía un culo tallado por dioses, estaba por decircelo pero me ganó la cordura. Después de mi borroso encuentro con tal majestuosa fémina tuve la más grande de mis epifanías borrachas, "Hay muchas más, ni ahí con bo". Y así fue como logré quitar el musgo de tu imagen impregnado a mi materia gris desde hace años. Sentí ganas de celebrar, así que destapé aquella hermosura que venía bajo mis brazos. Y en lo que vuelvo a esa plaza donde los pacos no dicen nada, donde un año y dos meses de primavera mantuvieron el aliento, reconozco una figura de antaño caminando entre risas y dedos entrelazados. Si, era ella, ella, ella la del chaleco negro ajustado, la de caderas danzantes, ella la del pelo cortito en los hombros... "Por la cresta", me dije con una pena avasalladora y un murmullo de llanto entre  cascadas tumultosas recorriendo aquel rostro ebrio mientras observaba la estela resplandeciente de su amor con aquel huevon rico, rico, era un tipazo el huevon. 
Siempre que escuchaba a la gente hablar de "dolor" cuando de amor se trata, digería sus aseveraciones con algo de escepticismo, pero aquella noche, aquella noche una tormenta de piedras me atravesó el estómago. Me abrieron el pecho y vertieron ácido sulfúrico. Puedo decir que descubrí algo nuevo.... y ellos también lo descubrieron Satanás, ahora devuelve mi revolver.

  • Autor: Fernando Curimán (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 10 de noviembre de 2011 a las 21:06
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 28
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Comentarios2

  • Fernando Curiman

    me di el gustito de un cuento corto

  • Genevieve_Moon

    Pues fue un estupendo gusto, y te quedo muy bien, te felicito..
    Un abrazo, quedo muy bien tienes talento...

    • Fernando Curiman

      Muchas gracias
      Mil abrazos



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