Palabras sin techo

No se le busque un aura de vacío

donde no puede hacerse sitio y caber.

Y a la mente me vienen

-recordando-

palabras extensamente grandiosas abarcando más que tanto.

Reúnen la inmensidad que se afianza

-elevándose-

en la belleza de estructuras,

que polifacéticas ofrendan

la creatividad suntuosa.

Hay palabras, que amplias se disponen,

cuales como mástil

-en el alza de su vertical-

visualmente con su altura engañan;

al parecer que declinan (allá arriba)

un poco demasiado torcidas.

De palabras quiero hablarles;

de esas palabras que,

por su increíble inmensidad,

se las es imposible de acorralar,

bajo y entre una descriptiva de solitario significado.

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A un total unitario capaz de reunir,

que por no saberlo como describir,

lo nombramos llamando Dios.

(que no institución ni ideología)

Un Dios no se niega

¡se interpreta!

Y en la individualidad de esa interpretación,

hermanado el vinculo que lo identifica

¡se acepta!

sea el Dios cual fuera.

Pues el Dios existir existe

-según se le entienda-

moldeado no por el exclusivismo de unas formas,

ni por la asfixia de radicalizaciones, que,

darían como resultados parcos inexactos.

Sí; por el hallazgo

–cual suele suceder tras naufragio y la deriva-

En que hallándose una isla (la elección)

Nos hincha de alegría

la certeza de encontrar,

millones de formas repartidas,

siendo formas que escogimos, cualesfueran.

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Conceptos…

renovados u obsoletos conceptos.

Elementales definiciones,

que determinando sirven (en ocasiones)

para encuadrar al propio entendimiento,

y tener la sensación (reafirmándonos)

de que poseemos seguridad

al ser capaces de comprender.

Pero así y todo…

¿Quién podría sujetar cada uno de los resultados,

-por palabras dados-

que porta el aíre?

¿Quién puede ser capaz de nadar,

de nadar sin agotarse,

sobre el océano infinito en que se mecen

filosofías varias; enteras,

como ocurre al repasar,

palabras esparcidas,

letra a letra,

por el súmmum de nuestro lenguaje.

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Más allá de su indefinición yace el plácido placer;

y ya sea en la serenidad

o en la festiva algarabía,

tu yo nos inunda el corazón,

provocando que éste ría.

Brindo por ti felicidad.

¿Está la felicidad estipulada,

en una solemne seriedad

-exenta de piedad-

Que excluyente y concisa,

sólo puede llegar a ver

-al ser tan justa como precisa-

una manera de hacer,

y también, tal vez,

de comprender,

del trayecto y vicisitudes

de una simple, pero experta,

gota de agua?

De la flotabilidad;

esa cual acorrala todo peso hasta difuminarlo;

¡del amor!

Y del amor…¡que decir!

Insondable en su totalidad,

indescriptible al poseer

un halo de misticismo,

rebosante de suficiencia,

que no precisa de más.

Una esencia

que evapora su irreal,

provocándole se desvanezca del costado utópico;

para arribar,

al humano absolutismo tangible.

Y a tantas otras de palabras,

cuales por la intensidad de su influjo,

hacen se escriban, se lean por cientos,

novelas enteras.

A esa de alado y variopinto ropaje,

cual exime de cargas y de equipaje;

y con su sensitivo,

rompe limando los barrotes, las fronteras,

que esclavizan y encierran.

Sea por la libertad.

Y porque no, también…

al furor que fusiona

agresividad y rechazo,

cual cabe que desaparezca con la comprensión,

al reconocer donde se halla su raíz,

y así hacer, como soldados insumisos que desertan.

Él dicta más que algunas veces cuando se relata y escribe;

Por ti, rancio mohín que eres odio.

318-omu G.S. (BCN-2011)