EL CESAR Y CANTABRIA

El Hombre de la Rosa

Suelo amurallado de verde primor.

Una tierra enfurecida contra Roma.

Señalando la frontera en el tiempo.

Luchando por su libertad salvaje.

Sumida en misterios y magnetismo.

Con tus montes y valles profundos.

Esta por la fuerza de Roma acosada.

Como el poder del rayo en la tormenta.

Celosa paladina de los altos poblados.

Enfurecida por las legiones extrañas.

Protegida con los dioses de montaña.

Por la mandrágora y por las piedras.

Selva orgánica de bosques y verdor.

Por querer ser libre, estas enfurecida.

Sangrando por la ira están tus hijos.

Verde sangre en bosques profundos.

En los altos montes, entre los valles.

Sabe bien luchar y morir el cántabro.

Entre grises escajos y los robledales.

Con limpias lágrimas de la alborada.

Ellos son tus hijos, Astur el poderoso.

Herdo el pensador, Lupo, el guerrero.

A todos los veneran en las Barcenas.

Por la recóndita fuerza de su hombría

Al ser auténticos hijos de la montaña.

Astur ligero como un druida volador.

Galopa solitario en la verde negrura

Montando sobre su animoso caballo,

Galopa raudo como si fuese viento.

Mientras el sol brilla en las alturas.

Fundiendo la bruma en la mañana.

La muerte se esconde en las colinas.

Por la voracidad de la loba romana.

Tus hombres, mueren por tú tierra.

Arropados con la luz de tú verdura.

Con las caricias de adiós a la vida.

Al morir en liza queman su cuerpo.

Con sus ritos y su canto a la muerte.

Entre sonidos de cuernas y aduces.

Devolviendo a la tierra la materia.

Que buitre alguno tocara su carne.

Que bestia alguna comiera su cuerpo.

Sabían que retornándose en ceniza.

Se fundían con los dioses de la tierra.

Con los sagrados cultos misteriosos.

Contaban sus asombrosas hazañas.

Inmortalizando a todos sus héroes.

Ante el rojo brillo de las hogueras.

Sus leyendas se cuentan en cañadas.

Con ecos repetidos entre las piedras.

En acompasadas y rituales cadencias.

Ceremonias profundas en la distancia.

Con las danzas de monótonos ritmos.

En unos pies desnudos y encallecidos.

Aplastando con ellos hierva sagrada.

Resecos los ojos sin ninguna lagrima.

Así mueren sus fastos y sus hombres.

Sin ninguna lágrima de sus hembras.

Una fiera especie de coraje y pasión.

Hembra muy dura, hercúlea y fuerte.

Cuando el hambre apretujaba la vida.

Vivía sin descanso para sus hombres.

Con la fiereza de la boca hambrienta.

Bebía sangre de la vena del caballo.

Hembra ojeadora igual que el águila.

Envuelta entre una feminidad brutal.

Protegiendo a sus hijos, a su hombre.

En aquellas épocas lejanas de guerra.

Cuando esos grandes buitres girando.

Descendiendo entre el Abrego viento.

Se cebaban en las carroñas romanas.

Devorando todo el Imperio de César.

César el gran dios valedor de Roma.

Acometiendo sus inhumanas guerras.

Amplias cruzadas duras como rocas.

Con su lábaro llamando a la muerte.

Con su dura guerra, opulenta y rica.

En sus fuertes, en sus altos alcázares.

Julio, Augusto dos césares de Roma.

Hijos gráciles de la loba capitolina.

Fue en Vellica y en el monte Vindio.

En Aracillo y en las rocas de Edulio.

Se enfrentaba la astucia y la fuerza.

Sin cuartel, sin piedad, con la sangre.

La mágica verdura cambió su color.

Enrojeciendo la tierra con la muerte.

Ya no brotan las flores en el campo.

Dormida la vida, negra la esperanza.

Mientras en el campamento de César.

La loba romana distrae a sus legiones.

En Sagisama la gran urbe amurallada.

Centro de centurias del poder romano.

Allí someten a las esclavas cántabras.

Casilda sirve a las legiones de Roma.

Ofreciendo el agridulce vino de miel.

Sin ventajas y recibiendo sexualidad.

Las mujeres son sometidas por Roma.

Entre enjambre de inhumanos bestias.

Una gran caterva de obsceno romano.

Con los anchos petos y los espaldares.

Son las esclavas del brutal Aquitinio.

El Centurión más cruel y despiadado.

No tiene corazón ni conoce la piedad.

El mayor autócrata y el peor fanático.

Mientras Roma duerme en sus orgías.

El hombre en Cantabria se despierta.

Preparándose para una feroz cruzada.

Aprendiendo de las guerras romanas.

Entre los calveros de la verde jungla.

Lupo alecciona a todos sus hombres.

En claros de la enigmática montaña.

Los prepara para luchar y para morir.

Una guerra de trampas y emboscadas.

Con su escinde lanza y terrible maza.

Con la sutileza de todos los venenos.

Con el napelo, el tejo y el matalobos.

En el verano plácido y sereno el aire.

Mal mes para morir al brotar la vida.

Cuando las yeguas olfateaban el aire.

En robledales con un relincho suave.

Al resoplar de un coito engendrador.

Unos bravos alazanes de largo pelo.

De pequeña altura y duros de freno.

Son caballos para la guerra Romana.

De sutil fuerza, con mucho poderío.

Con sus cortas lanzas y ojos de fiera.

Que pronto se muere en la montaña.

Herdo y Lupo saben trucos de guerra.

Embutidos entre sus pieles de ciervo.

Andan el monte como sátiros ligeros.

Por las veredas, los montes, los valles.

Ocultando al aire sus ansias de morir.

Tus consejos de venerables ancianos.

Unos rostros duros como las piedras.

Como pergaminos de poblado fuerte.

Confundidos con los árboles y hojas.

En el interior de sus chozos de piel.

El guerrero germina a sus hembras.

Degustando el ácido y meloso vino.

Comiendo pan cocido con bellotas.

Las ancianas mujeres lo preparaban.

Con molares negros como la noche.

Ellas masticaban las duras bellotas.

Sólo para el hombre de la montaña.

Los niños juegan la guerra Romana.

Son fuertes, rudos y juegan a morir.

Preparan a los dioses de la montaña.

Con su sensible y su casta ferocidad.

Componiendo la piedra de montaña.

Junto a la mandrágora, los helechos.

Para poder dominar su magnetismo.

Resguardando a sus padres de Cesar.

Lupo es el grande defensor del Saja.

Matiza el pelo con un rojo remolino.

Adornándose de la mágica verde luz.

Acorde con los dioses de la montaña.

En Vellica Lupo arremetió al César.

A sus legiones y miles de centurias.

Augusto el César contraatacó feroz.

Sin tener tregua y sin ninguna pausa.

César a caballo contempla la batalla.

Contra un pueblo soberbio y tozudo.

Que defiende sus tierras, sus aldeas.

Con el espíritu airoso de su libertad.

En Vellica murió Estardo el grande.

Padre dador de vida á Lupo su hijo.

Sometedor de Vaceos y Astrigones.

Encomendado al más bello caballo.

Arde en la pira hierática en la noche.

Quemando lo orgánico de su estirpe.

Envía el alma fundida con la piedra.

Rojos van los ríos entre la torrentera.

Sangra en manantial ahora el pueblo.

En Vellica y en Vindio contra Roma.

Mientras el sol se mete en la distancia.

Herdo no solloza con sus severos ojos.

Cantabria casi nunca ha podido llorar.

Son hombres duros como las montañas.

Almenido el mago de una gruta oculta.

De corazón duró no llora jamás al aire.

Él dispone todas las mixturas sagradas.

Entre las señales de esa pérdida tarde.

Cuando el pueblo se desangra de pena.

Reclama piedad al espíritu de su tierra.

El gran dios de unos bosques frondosos.

Que son como eco que revive sus vidas.

La despiadada y proterva loba romana.

No descansa de batallar con la muerte.

Sin tregua, y sin misericordia. 

Una guerra pesada como el plomo.

Petrilio y Afriano gente de gleba.

Centuriones de dolor, de esclavos.

Verdugos terribles del Imperio.

Obreros del César, que sirven la muerte.

En el Capitolio, hablaban de ti.

Hauberto y Julio Floro lo contaban.

En la casa, de la loba Romana.

Contaban las batallas de César.

Hablaban de ti, de tú pueblo, de tú gente.

Cántabros, soberbios, feroces y obstinados.

Que morían fieramente, por su libertad.

Terribles hombres de las montañas.

Donde se estrellaron las iras de Marte.

En las altas mesetas, en profundos valles.

Entre los desfiladeros y cañadas.

Teñidos con ríos, de sangre Romana.

Aracillo, Vellica, Vindio.

Donde el Imperio dejó su sangre.

Titanes de lucha, sin tregua.

Cubierta la tierra, de muerte.

Cuando la sangre fluía hasta el río.

Tiñendo sus aguas de rojo irisado.

Engañando a los dioses del agua.

Que dejaron de serlo al mirarlo.

Batalla cruel la de Aracillo.

Pocos de tus hijos sobrevivieron.

Pero muchos menos romanos.

Mezclados los cuerpos sin vida.

Con armas unos, con veneno otros.

Miles cayeron en desastroso final.

Allí, donde fracasó la furia y el ingenio.

De unos más de los otros también.

Qué valor atesora tú pueblo.

Que muere en el lugar que vive.

Sin quedarse de esclavo de Roma.

Sin servir a quien quiso pisarles.

Se inmolaban del monte frondoso.

Ponzoñas verdes de libertad suprema.

Dejando sin esclavos a Roma.

Épico final para un pueblo decente.

Negras nubes que cubren tú tierra.

Barriendo con la fuerza, con poder.

Con el aire aquilón, con el Abrego.

Tus altos poblados humeantes.

Tiñendo de rojo, las hojas, las ramas.

Secando las gotas que llora la tierra.

Marchitas las flores que no dejan savia.

Olores de muerte que tiene la hierba.

Ya no verán el embrujo de tus valles.

De las cañadas, ríos y torrenteras.

Por que ellos caminan sin retorno.

A la eterna morada de sus dioses.

Ellos sabrán de tú valor y hombría.

En los valles frondosos de la eternidad.

Donde reposan los hijos de Cantabria.

Fundidos con una eterna gratitud.

Sus cenizas serán tierras pujantes.

Que alimenten encinas y castaños.

Los vientos al pasar entre las ramas.

Con suave música, aliviaran su llanto.

Nunca ocupó Roma tú corazón.

Late sólo, en tus valles profundos.

Donde palpita con las piedras.

Donde late el sentir de tú pueblo.

Así nació soberbia y poderosa.

Hacía la luz de nueva esperanza.

Entre la ruta eterna de tus montes.

Con el futuro que tú fuerza alcanza.

Aduladores de César con lisonjas.

Majestuosos, ¿Cuantos fueron?

Casio, Dion, Floro, Italico, Estrabon.

Hablaban de la fuerza de Cantabria.

Mientras ellos adulaban al César.

En la casa de muerte de Eneas.

Las vestales lloraban a mares.

Tanta sangre de muerte Romana.

Bálano tomó las riendas de tú pueblo.

Creando en lo profundo de tú alma.

Los muros de la nueva Cantabria.

Bálano, que se alumbra de tú luz.

Allí en lo más profundo de bosque.

Las águilas circundan tú quietud.

Entre las encinas y los robledales.

Entrados de nuevo en la vida.

Nebriza y Mensa, lloran en la hoguera.

Embutidas en pieles sagradas.

Preparando el brebaje nocturno.

En el chozo nuevo de la Barcena.

Porcio y Manda caminan hacía ella.

Apretadas las manos en silencio.

Llevando con orgullo y fiereza.

Tus viejos y ajados estandartes.

El César obligado ofreció la paz,

Bálano dio fe y el César su palabra.

Cantabria, orgullosa, briosa y fuerte,

Se envuelve en su verde exuberancia,

En el sueño profundo de su historia.

 

Autor:

Críspulo Cortés Cortés

El Hombre de la Rosa.

5 de abril del año 2011

 

  • Autor: El Hombre de la Rosa (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 5 de abril de 2011 a las 01:02
  • Comentario del autor sobre el poema: Son las antiguas guerras romanas contra los pueblos que habitaban el Norte de España. Jamás fueron vencidos por las legiones Romanas de lo Emperadores Cesar y Augusto.
  • Categoría: Sociopolítico
  • Lecturas: 31
  • Usuario favorito de este poema: GITANA DULCE.
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Comentarios3

  • GITANA DULCE

    Así nació soberbia y poderosa.
    Hacía la luz de nueva esperanza.
    Entre la ruta eterna de tus montes.
    Con el futuro que tú fuerza alcanza.
    Aduladores de César con lisonjas.
    MUY BELLO TU EXTENSO POEMA,
    ES LA HISTORIA NO MUY CONOCIDA
    EN LOS LIBROS...
    ABRAZOS DE GITANA.

    • El Hombre de la Rosa

      Gracias mi Gitana buena y fiel

      • GITANA DULCE

        Por nada mi buen amigo Críspulo, si soy fiel lo de buena no se...jajajaj
        abracitos para ti

      • Criticón

        Muy largo tu escrito! Y yo que he leído de muchos emperadores Romanos, si sobre Julio Cesar, Marco Antonio su brazo derecho de otros, pero me confunde pues a muchos les agregaban Augusto a su nombre natural así que a un Augusto solo no conozco, se de las batallas de Julio Cesar en el Norte de Europa pero no de esta historia contra los pueblos del Norte de España! Yo solo los ataque por el sur en la segunda guerra Púnica.
        Saludos Críspulo......

        • El Hombre de la Rosa

          Estimado señor Anibal:
          Es bastante largo la épica poesía de las guerras Cántabras contra el Imperio Romano.
          Yo creo que es necesaria su extensión para plasmar la fiereza de las tribus del Norte de España.
          Plinio el viejo y Estragon describieron con todo detalle las batallas contra los Cántabros.
          Julio Cesar y Augusto son dos Emperadores que guerrearon con sus miles de legionarios en las batallas contra las tribus que habitaban en la Cordillera de los Picos de Europa.
          Un saludo afectuoso
          El Hombre de la Rosa

        • maria clementina

          mi gran poeta sigo aprendiendo con tus excelentes poemas ,necesito leer más una vez,estupendo!yo te felicito,un fuerte abrazo,mi amistad,maria clementina

          • El Hombre de la Rosa

            Gracias mi estimada María Clementina por tus atentas y estimables palabras.



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