«El pudor del pornógrafo», de Alan Pauls

Cuesta mucho creer que Alan Pauls haya podido escribir esta historia con tan sólo 21 años; su precocidad y el sentido de los objetivos en su escritura en esa primera juventud, son impactantes. Sin embargo, así fue. Aunque recién se publicaría tres años más tarde. Pero no es la juventud lo que convierte a un escritor en necesario, sino la calidad de sus letras, y en el caso de esta primera novela de Pauls, creo que fue un comienzo revelador: las primeras puntadas de un autor que representaría una vocación literaria incuestionable. «El pudor del pornógrafo» de Alan Pauls es lo que promete: una primera obra llena de encanto, de sensualidad y de curiosidad lectora. ¡No se la pierdan!

La escritura y el deseo

El protagonista de esta novela es un hombre que se siente absolutamente atrapado por su trabajo, que consiste en responder cartas de personajes que le escriben y consultan acerca de sus pasiones sexuales y sus tribulaciones. El cuerpo como instrumento de un mecanismo mucho más potente, una máquina que succiona y que lo lleva a concentrarse durante horas, a no aflojar, y a posicionar el deseo como un incentivo: la posible realidad que se aleja pero de la que se puede disfrutar a través de la imaginación.

Cada tanto, el escritor se levanta, acude a su balcón y observa a su amada, Úrsula, sentada en el banco del parque que hay frente a su casa. A una distancia en la que no pueden hablarse, pero sí conversar con la voz de la pasión. Una tarde ella decide cambiar de rincón y el deseo vira, y las formas se escapan de la mirada del escritor, que tiene que inventarse otra manera de escapar de la rutina de escribir. Entonces comienzan a dialogar en forma de cartas.

Pauls reflexiona en esta novela sobre el significado de las palabras, de las tradiciones literarias y de la espera, y construye todo un mecanismo que a su vez se encuentra atiborrado de guiños literarios e impulsado por el fervor lector. Inspirado por las cartas de Kafka con sus amadas Felice y Milena y los correos de las revistas pornográficas que le robaba a su padrastro, consiguió componer una obra que abraza esos temas. De esas lecturas compulsivas fue surgiendo una historia que desvela la punta del iceberg de lo que ellas iban dejando en él. Lo que más asombra es que haya sabido hacerlo con una lucidez inapropiada en un joven como el que él era entonces.

Cartas inspiradas en cartas

«El pudor del pornógrafo» vio la luz en 1985 y fue el punto de partida de una obra compleja, alabada por los buenos lectores de la narrativa argentina. Hace un par de años fue republicado por Anagrama. Y es, sin duda, una novela muy interesante, no sólo por lo que tiene de ficción sino también por lo que esconde de escritura, quiero decir, de oficio.

Fue una primera novela que ya desvelaba el gran potencial del escritor de «El pasado», en el que ingenio, intelecto y buen gusto se dan la mano. Y, como lo haría en sus obras posteriores, en ella el autor se apoya en la ficción para reflexionar en torno al oficio de la escritura y las obsesiones que éste despierta en el creador.

Una de las cosas que más me han interesado de esta lectura es la idea de la escritura como forma de medir el presente. Me explico: el protagonista sólo tiene su escritura. Esta idea se ve reflejada en el escaso mobiliario de su casa, que es su espacio de trabajo, y en su obsesión por cumplir con las palabras, de canalizar a través del lenguaje sus carencias y también sus ambiciones. Así, de materia (un escritorio, un balcón) y deseo (Úrsula, la posibilidad que aguarda detrás de la ventana) se va construyendo una obra que toma mucho del género epistolar y lo combina con una narrativa que de a ratos roza lo poético (sin decidirse del todo por él). En pocas palabras, y quizá siendo demasiado categórica, me atrevería a decir que es ésta una novela que reflexiona en torno a cómo el deseo va mutando, mezclándose con la escritura (y manchándola), hasta adquirir-representar los vicios de ésta.

Sin duda, no podía faltar en nuestro desván de los libros perdidos. Y ahora que he saldado esta deuda, también aparece en mí el deseo, de releer este libro y recomendarles a aquellos que lo hayan leído un nuevo chapuzón en él.

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