«Cuerpo, deseo y (ciber)espacio». Pensar el mundo con Remedios Zafra

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Sobre lo que supone vivir y desear en esta época y en este lugar del mundo, giró el encuentro «Cuerpo, deseo y (ciber)espacio» de Remedios Zafra en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y alentada por la Fundación Foto Colectania. Una charla que hemos compartido a través de nuestras redes (posteando con el hashtag #PdAVivo) y que presento detalladamente en este artículo.

Quienes hayan leído ya a la mágica Zafra o quienes -como yo- la adoren, sabrán que su trabajo de investigación en torno a la forma en la que nuestras relaciones se han visto modificadas por el mundo virtual son impresionantes. A los que no la conocen, los animo a leer ya mismo «Netianas» (de descarga gratuita aquí), «(H)adas. Mujeres que crean, programan, prosumen, teclean» (Páginas de Espuma), y «Ojos y capital» (Consonni), que son sus tres obras que giran en torno a este tema. Libros que parecen escritos no con el deseo de esclarecer las características de nuestro mundo sino, de hacer más preguntas en torno a él.

El deseo que no busca materializarse

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Hacer conversar lo personal con lo colectivo, borrar la línea que divide los cuartos propios para entender que la realidad no difiere tanto de una habitación a otra, que son más las cosas que nos acercan que las que nos alejan a las personas que habitamos esa soledad de cuartos conectados. Esto es lo que motiva la charla de Zafra. El mundo ha cambiado a causa de Internet, y hemos aprendido a construirnos una realidad paralela a la material; lo que significa que al cruzar el umbral de las pantallas podemos habitar varios mundos distintos al mismo tiempo.

Hemos pasado de mantener nuestra intimidad entre tabiques a exponerla de forma compulsiva, a hacer públicos nuestros rincones más preciados, con el deseo-intento de llegar a abolir de alguna forma la soledad, y consiguiéndolo en cierta forma: en esas habitaciones conectadas nunca estamos del todo solos. Es interesante, sin embargo, intentar entender cómo esto ha modificado sustancialmente nuestra forma de gestionar los afectos. Porque en esa necesidad de ser y vivir visibilizados, construimos una nueva sociedad, en la que el otro puede estar ausente; es más, donde la ausencia es presencia: un ser no-material que inspira deseos y que motiva a otro a lamer la pantalla con la esperanza de llegar a tener lo que la realidad no le permite.

En los comienzos de Internet el deseo se proyectaba en la esperanza de materialización de los cuerpos; en la actualidad, se canaliza de otras maneras. El tacto es la pantalla, es la imagen jpg del otro, o sus movimientos, su piel recortada en píxeles, sus palabras saliendo de los cascos. La energía emitida, sin embargo, la pulsión del deseo, sigue intacta. En ese punto hoy estamos parados en otro lugar que hace veinte años; la explosión de redes sociales y de dispositivos que extienden nuestras articulaciones hace posible conectar de otra forma con esa realidad virtual, materializándola de una forma más física.

Hace dos décadas, cuando empezamos a utilizar Internet para establecer nuevas relaciones, el contacto virtual se apoyaba en la esperanza de llegar al encuentro físico; la materialización de ese deseo (energía que viaja de una pantalla a otra) era lo que avivaba la llama. Las cosas han cambiado bastante; al punto de que el objetivo de las relaciones virtuales no radica ya en la posibilidad de volver real ese lazo sino en el mero hecho de tener a alguien del otro lado con quien disfrutar: y aprovechar para ello dispositivos que colaboran con un mayor disfrute, como juguetes sexuales que permitan ir más allá de la palabra, sentir más allá de los sentidos.

Por qué repetir nuestro mundo en la esfera virtual

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Una de las posibilidades que aportan las nuevas tecnologías y que tiene mayor potencial es la de crear ficción. Necesitamos saber-creer que nuestra realidad no es tan mala, para eso Internet nos sirve de ayuda. Porque las palabras forman mundos y porque ahora esos mundos están ahí y aquí gracias a la extrema visibilidad. Entre nuestras manos, a modo de artistas, tenemos herramientas que podrían permitirnos ser quien quisiéramos; sin embargo: recreamos nuestra persona en esas otras realidades. ¿Por qué?

Si podemos crear mundo a través de la palabra contando con el universo virtual (que podríamos decir, es infinito) ¿por qué entonces repetimos? ¿por qué proyectamos las dificultades sociales y los estereotipos a ese universo nuevo en el que, si lo quisiéramos, todo sería posible? Hacernos esta pregunta es fundamental, según Zafra, porque en la respuesta reside la posibilidad de salirnos de lo establecido. Quienes crean mundo son aquellos que gozan de cierto poder, los que guían nuestras sociedades: «gigantes» capitalistas que se apoyan en dos elementos apabullantes para impedirnos levantar la cabeza: el exceso y la velocidad.

La sobreexposición elimina el miedo a estar ahí afuera, del mismo modo que estar expuesto constantemente a imágenes dolorosas o dramáticas censura nuestra empatía. Sobre este tema trabaja Zafra de forma maravillosa en su última novela «Los que miran» (Fórcola Ediciones) analizando las formas en las que el dolor se va normalizando hasta perder importancia. Ese exceso borra las fronteras de la compasión-entendimiento de los otros y nos vuelve, podríamos decir, insensibles al dolor o a la desgracia ajena.

Por otro lado está la velocidad. Vivimos tan acelerados que no tenemos tiempo de detenernos a pensarnos en ese mundo, lo que nos lleva a adoptar roles y formas que creemos elegimos pero que nos son impuestas culturalmente. Así, calcamos el mundo exterior en nuestras pantallas. Repetimos mundo, como diría Remedios. Y para que esa repetición continúe de forma cíclica están las instituciones: construidas para repetir. Porque hay miedo a la imaginación, porque si sale mal conduce al fracaso, que deviene en la pérdida de poder, y quien tiene el poder no quiere dejarlo. De esta forma, el mundo vuelve una y otra vez a construirse de calles a pantalla y viceversa.

¿Y ya está? ¿No hay esperanza? Sin duda no hay una respuesta clara; en cada una podría haber una puerta-ventana-pantalla por la que apareciera la luz. En la reflexión y el aprendizaje de autogestionar la visibilidad de nuestro cuerpo, y sobre todo, en la importancia de apropiarnos de nuestro deseo. Porque el placer no debería ser cosa de hombres heterosexuales y occidentales, porque el mundo no debería ser ordenado por una mente sola; porque la humanidad es muy diversa y deberían existir mundos donde todos cupiéramos, con nuestros deseos particulares, nuestras necesidades, nuestras luchas.

Es necesario entender que la esperanza no reside en acabar con las nuevas herramientas sino en descubrir que somos dueños de nuestros cuerpos y espacios, y que la lucha debe ir enfocada contra la colonización de los que quieren apropiarse del deseo sexual y emocional. Abrir nuevos mundos, como quien crea espacios de supervivencia. Como quien se conecta desde su cuarto propio en busca de otro al otro lado que escuche, observe, desee. Y con el objetivo de mirar, escuchar, desear, pronunciar las luces palabras: «Ven».

Deseo y escritura

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El último punto: los cuerpos escritos. Aquí nace y espera la literatura. Los mecanismos de expresión simbólica nos sirven para poner en palabras deseos de una forma distinta a la que nos propone la realidad.

¿Qué pasa cuando los cuerpos van escritos? se pregunta Zafra. Pasa que nuestra incapacidad para expresar deseo a través del habla se suprime y escribir nos permite crear una noción de espacio-deseo distinta. En persona nos sentimos más vulnerables (porque nuestra cultura nos ha impuesto la autocensura del deseo) pero escribir es fácil, porque no hay voz. Paradójicamente, escribir es dar vida. Y entonces debemos agradecer la gran posibilidad que nos ha propiciado Internet: «recursos de expresividad para normalizar el deseo».

En ese escribir y crear mundo radica la gran esperanza de nuestro tiempo, de la que Zafra no reniega. De momento no hemos sabido valernos de estas herramientas, pero ¿y si de pronto lo hiciéramos? ¿y si nos decidiéramos a crear mundo? Sin duda comenzar a reflexionar sobre nuestro espacio y decidir de qué forma crear condiciones de libertad para la imaginación es un buen punto de partida.

Pero para que todo esto se ponga en marcha necesitamos repensarnos en este mundo. De lo personal a lo colectivo. Tenemos que desconectarnos para enfrentarnos de otra manera a la realidad: el elogio del párpado, le llama Zafra. Y hasta aquí me extiendo, aunque queda mucho fuera de este escueto artículo. Les recomiendo que miren el vídeo de la presentación donde podrán encontrarse con la enorme lucidez de una de las pensadoras más interesantes de nuestro mundo, que sabe expresarse mucho mejor que yo.

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