Alberto Rubio

Alberto Rubio Riesco fue un destacado poeta chileno, nacido en el año 1928 y fallecido en el 2002. A pesar de haber pertenecido a la generación del 50, poco tuvo en común con sus colegas chilenos y se acercó más a la poesía española. Un estilo extremadamente conciso, utilizando las palabras estrictamente necesarias, junto con un uso muy propio de la Gramática, muchas veces de cuestionada precisión, fueron características de las obras de este discreto escritor, considerado en su época como una joven promesa. Publicó su primer poemario, "La greda vasija", a los 24 años, generando un gran interés entre los literatos de la época, ya que contenía una lírica fresca, diferente, con un aire moderno mezclado con un lenguaje casi arcaico. Recién en el año 1987, se editó su segundo libro, "Trances" poco después de la muerte de su hijo. En él encontramos el conmovedor "Padre".
Sus poemas tienen escenarios sencillos, humildes, adornados con abundante naturaleza, y están atentos al paso del tiempo y a la memoria. A pesar de no haber publicado muchos libros, sus poesías y cuentos aparecieron en revistas y diarios con los que colaboró. En 1995, recibió el Premio de Poesía Eduardo Anguita, con el patrocinio de la Editorial Universitaria.

Poemas de Alberto Rubio

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Alberto Rubio:

Milenario


Me vuelvo esa persona demorosa,
confusa, cuya prisa más la atrasa
cuando sale; no sabe qué le pasa.

¿Las redes o tejidos? ¡Buena cosa!
Los huertos y jardines, tanta rosa,
fruta, alfalfar, viñedo, bestias, casa;

riegos, siembras, cosechas
-labores a sus horas y en sus fechas-,
libres actos rituales suyos, míos,

constante campesino milenario
que se encarna en mis propios albedríos,
ni hosco ni demasiado solitario,

algo sociable, alguna vez parlero;
hombre que vive a gusto,
sobresaltado por el solo susto

de perder, rey feliz, el reino entero,
donde al fin otra fruta ágil madura:
sangre propia enraíza en su escritura.

.....


Se enreda en los olvidos y en las llaves.
Quizá no haya cerrado bien la puerta.
Vuelve. ¿Dio de comer a perros y aves?

Les brinda presa y grano. ¿Listo? -¡Alerta!
-llaman cuclillos de relojes viejos-.
Ni caballos ni tren, coches o naves,

obran milagros hacia los festejos
antípodas, llameantes de entusiasmo
glorioso, que se apaga a estas alturas:

ni a los postres llegaras. Como en pasmo
de amor contemplas siembras, frondas: juras
que no saldrás debido a la tardanza,

sin confesarte nunca esas ternuras,
ni el temor a perder frutas maduras:
quizá la Muerte, súbita su lanza,

allá en la misma fiesta al fin te alcanza.

Comensal


Arrimado a la esquina de la mesa,
fiel, infinito el son de mi cubierto,
quisiera seguir siendo siempre el mismo Alberto
Rubio resucitado con su presa.

¡Qué olorosa la carne me embelesa
dorada, tan real, y tan despierto
de mis sentidos yo, por fin tan cierto
que la separación de amigos cesa!

Brindis ahuyentan hoy mutuos agravios,
pero injurias del Tiempo corporales
ni dependen jamás de humanos labios

ni de la ingratitud de los mortales,
tampoco del perdón nuestro de sabios
cristianos y felices comensales.

El cactus


Apretada la tierra en la greda vasija
ha tiempo que parió al esbelto cactus.

Cada día lo veo de mañana,
le llamo: -Fiel amigo, esbelto infatigable.

Entonces me obedece el cactus verde,
se adelgaza, se esbelta infatigable,
y yo le digo: -Amigo, amigo verde.

En las tardes parece que envejece.
Pero en cada mañana me lo dice:
-Yo soy verde y esbelto, esbelto infatigable,
leal amigo, reciente, madrugador, delgado.

Le vuelvo a llamar fiel, y él permanece
en la huída de los días.
-¡Anudador de días!- digo entonces.

Y él me junta los días, los engarza
en su esencia delgada.

Así yo tengo el tiempo vuelto cactus:
delgado, fiel amigo, esbelto infatigable,
madrugador, reciente, el joven siempre verde.

El camino


Es el mismo camino que condujo mi infancia.
Aquí está el mismo cerco, allí las zarzamoras
llenándose de polvo, allí la piedra agreste,
y un niño fantasmal que eternamente sigue.

Y el cabello camino verdea con el sauce,
cayendo en hondonada sobre el pecho.

Es el mismo camino. Allí está el horizonte
viviendo de crepúsculo, siguiendo al mismo niño.
Allí la zarzamora cubriéndose de polvo,
mientras miran los álamos testigos en el cerco.

Es el mismo crepúsculo adonde marcha el niño.
Y más allá, la historia que comienza ahora...

La abuela


Se puso tan mañosa al alba fría,
la cerrada de puertas, la absoluta de espaldas,
cosiéndose un pañuelo que nadie conocía.

Se bajó bien los párpados. Con infinita llave
los cerró para siempre. Unos negros marinos
vinieron a embarcarla en una negra nave.

Y la nave, de mástiles de espermas y de velas
de coronas moradas de flores, era el barco
que lleva a extraños puertos a las hondas abuelas.

No hizo caso a nadie: ni a la hija mayor,
ni a su eterno rosario: tan mañosa se puso,
tan abuela recóndita metióse en su labor.

Ni el oleaje de rostros, ni la llántea resaca
pueden ahora atraer su nave hasta esta costa:
¡ni nadie de su extraño pañuelo ahora la saca!

Galan


Tanto tiempo que esperan esas flores
vagas, alertas desde los rosales,
ser envío de amores

secretos, potenciales
en culpas atrasadas
que no han nacido y viven desahuciadas.

Así no sé de males
míos, pero me importarán los daños
a las probables víctimas de engaños:

las rosas en esperas
de ser las verdaderas
rosas que envíe yo, ¡por tantos años!

¿Mi vida existe verdaderamente
fundada en esa imagen del envío
tan irreal a fuerza de pendiente

como cosa inventada a mi albedrío?
Para mí el mundo vive si lo siento,
nutrido por mi propio sentimiento.

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