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Gustavo Adolfo Bécquer
Rima LXX
¡Cuántas veces, al pie de las musgosas
paredes que la guardan,
oà la esquila que al mediar la noche
a los maitines llama!
¡Cuántas veces trazó mi silueta
la luna plateada,
junto a la del ciprés, que de su huerto
se asoma por las tapias!
Cuando en sombras la iglesia se envolvÃa,
de su ojiva calada,
¡cuántas veces temblar sobre los vidrios
vi el fulgor de la lámpara!
Aunque el viento en los ángulos oscuros
de la torre silbara,
del coro entre las voces percibÃa
su voz vibrante y clara.
En las noches de invierno, si un medroso
por la desierta plaza
se atrevÃa a cruzar, al divisarme
el paso aceleraba.
Y no faltó una vieja que en el torno
dijese a la mañana,
que de algún sacristán muerto en pecado
acaso era yo el alma.
A oscuras conocÃa los rincones
del atrio y la portada;
de mis pies las ortigas que allà crecen
las huellas tal vez guardan.
Los búhos, que espantados me seguÃan
con sus ojos de llamas,
llegaron a mirarme con el tiempo
como a un buen camarada.
A mi lado sin miedo los reptiles
se movÃan a rastras;
hasta los mudos santos de granito
creo que me saludaban.