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José María Fonollosa
Destrucción de la mañana (del 4 al 6)
4
Si me dieran más tiempo con mi cuerpo,
con el otro, el antiguo, el que era mÃo,
irÃa apresurado a recoger
todo aquello que me correspondÃa.
Lo que debÃa ser mÃo estos años
en que el lino elabora su blancura
y el hombre se elabora de sus sueños.
Lo que sentÃa mÃo aun siendo de otros.
No puedo dirigirme ya a la cita
donde esperan mis grandes ambiciones
que las vaya a abrazar. Ya no es posible
decirles: -«Aquà estoy». Con este extraño.
No reconocerÃan quién soy yo.
Si me dieran más tiempo con mi cuerpo...
Si mi cuerpo, el de ayer, me devolvieran
todo cuanto yo ansÃo él me traerÃa.
5
Salgo a la calle. Es noche. Exacta, idéntica
a tantas otras noches. Caras jóvenes,
tersas, ajadas, viejas... ¿Entre cuáles
me clasificarán a mà esas caras?
Me mezclo entre la gente avergonzado
de la identidad falsa que conllevo.
Temiendo que averigüen que un intruso,
otro cuerpo, ahora ocupa el que era mÃo.
No sé disculparme de mi imagen.
Advertirles: -«No soy este que miran».
Rebusco si distingo entre los otros
un signo que me indique que soy yo,
el de antes, todavÃa, el ser que muestro.
Camino intimidado. Pero nadie
se alarma si transito por su lado.
Cual si fuera invisible a sus pupilas.
6
Ando con mi otro cuerpo por la calle.
Me detengo un instante junto a un grupo.
Unos muchachos jóvenes discuten
con gestos impacientes. -«Que hagan sitio.
No nos deben negar facilidades».
Asiento interiormente y me dan ganas
de sumarme a sus voces. Les escucho.
Son mÃos sus anhelos. Soy como ellos.
Me siento entre los mÃos nuevamente.
Como esa casa sola en un camino
que al tener compañÃa de otras casas
experimenta orgullo de ser pueblo.
-«Debemos reclamar nos abran paso
para asà demostrar nuestra valÃa».
Con la sonrisa apruebo sus palabras.
Mas noto que me escrutan hostilmente.
Y entonces me doy cuenta que no soy
sino lo que revela el yo fingido.
Que mi sitio ha cambiado con mi aspecto.
A mà también incluÃan sus palabras.
Mas no sé qué ceder si nada guardo.
Si a nada yo he accedido todavÃa.
Si al igual que ellos grito a los mayores:
-«Hacedme sitio, ineptos». Pero en balde.
No hay sitio para nadie en parte alguna.
Apretujados todos maldecimos
pidiendo amor, dinero y gloria a costa
de quien sea y lo tenga. De regalo.
O a cambio de qué sea. A cualquier precio.