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José Iglesias de la Casa
La rosa de abril
Zagalas del valle,
que al prado venÃs
a tejer guirnaldas
de rosa y jazmÃn,
parad en buen hora
y al lado de mÃ
mirad más florida
la rosa de abril.
Su sien, coronada
de fresco alhelÃ,
excede a la aurora
que empieza a reÃr,
y más si en sus ojos,
llorando por mÃ,
sus perlas asoma
la rosa de abril.
Veis allà la fuente,
veis el prado aquÃ
do la vez primera
sus luceros vi;
y aunque de sus ojos
yo el cautivo fui,
su dueño me llama
la rosa de abril.
La dije:-¿Me amas?-
DÃjome ella:-SÃ-.
Y porque lo crea
me dio abrazos mil.
El Amor, de envidia,
cayó muerto allÃ,
viendo cuál me amaba
la rosa de abril.
De mi rabel dulce
el eco sutil
un tiempo escucharon
londra y colorÃn;
que nadie más que ellos
me oyera entendÃ,
y oyéndome estaba
la rosa de abril.
En mi blanda lira
me puse a esculpir
su hermoso retrato
de nieve y carmÃn;
pero ella me dijo:
-Mira el tuyo aquÃ-;
y el pecho mostróme
la rosa de abril.
El rosado aliento
que yo a percibir
llegué de sus labios,
me saca de mÃ;
bálsamo de Arabia
y olor de jazmÃn
excede en fragancia
la rosa de abril.
El grato mirar,
el dulce reÃr,
con que ella dos almas
ha sabido unir,
no el hijo de Venus
lo sabe decir,
sino aquel que goza
la rosa de abril.