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José Hierro
Cae el sol
Perdóname. No volverá a ocurrir.
Ahora quisiera
meditar, recogerme, olvidar: ser
hoja de olvido y soledad.
Hubiera sido necesario el viento
que esparce las escamas del otoño
con rumor y color.
Hubiera sido necesario el viento.
Hablo con la humildad,
con la desilusión, la gratitud
de quien vivió de la limosna de la vida.
Con la tristeza de quien busca
una pobre verdad en que apoyarse y descansar.
La limosna fue hermosa -seres, sueños, sucesos, amor-
don gratuito, porque nada merecÃ.
¡Y la verdad! ¡Y la verdad!
Buscada a golpes, en los seres,
hiriéndolos e hiriéndome;
hurgada en las palabras;
cavada en lo profundo de los hechos
-mÃnimos, gigantescos, qué más da:
después de todo, nadie sabe
qué es lo pequeño y qué lo enorme;
grande puede llamarse a una cereza
('hoy se caen solas las cerezas',
me dijeron un dÃa, y yo sé por qué fue),
pequeño puede ser un monte,
el universo y el amor.
Se me habÃa olvidado algo
que habÃa sucedido.
Algo de lo que yo me arrepentÃa
o, tal vez, me jactaba.
Algo que debió ser de otra manera.
Algo que era importante
porque pertenecÃa a mi vida: era mi vida.
(Perdóname si considero importante mi vida:
es todo lo que tengo, lo que tuve;
hace ya mucho tiempo, yo la habrÃa vivido
a oscuras, sin lengua, sin oÃdos, sin manos,
colgado en el vacÃo,
sin esperanza.)
Pero se me ha borrado
la historia (la nostalgia)
y no tengo proyectos
para mañana, ni siquiera creo
que exista ese mañana (la esperanza).
Ando por el presente
y no vivo el presente
(la plenitud en el dolor y la alegrÃa).
Parezco un desterrado
que ha olvidado hasta el nombre de su patria,
su situación precisa, los caminos,
que conducen a ella.
Perdóname que necesite
averiguar su sitio exacto.
Y cuando sepa dónde la perdÃ,
quiero ofrecerte mi destierro, lo que vale
tanto como la vida para mÃ, que es su sentido.
Y entonces, triste, pero firme,
perdóname, te ofreceré una vida
ya sin demonio ni alucinaciones.