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José Emilio Pacheco
Ecuación de primer grado con una incógnita
En el último rÃo
de la ciudad, por error
o incongruencia fantasmagórica, vi
de repente un pez casi muerto. Boqueaba
envenenado por el agua inmunda, letal
como el aire nuestro. Qué frenesÃ
el de sus labios redondos,
el cero móvil de su boca.
Tal vez la nada
o la palabra inexpresable,
la última voz
de la naturaleza en el valle.
Para él no habÃa salvación
sino escoger entre dos formas de asfixia.
Y no me deja en paz la doble agonÃa,
el suplicio del agua y su habitante.
Su mirada doliente en mÃ,
su voluntad de ser escuchado,
su irrevocable sentencia.
Nunca sabré lo que intentaba decirme
el pez sin voz que sólo hablaba el idioma
omnipotente de nuestra madre la muerte.