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Jacqueline Goldberg



Luba



I
tomo su herencia
de edades en quiebra
los oficios tristes del abandono

sus muertos



II
más ebria y más sola
sufriendo viajes incompletos
distancias que no resisten otra calle
su puño agotado
su país ardiendo



III
diálogo de pasillos diurnos
raíz
memoria que soy



IV
casi deja su tiempo
en esa casa que nombra en voz baja
mordida por un quejido de gases
una madrugada difícil



V
esa frontera larga y desnuda
que la atravesó

su recuerdo
su patria de trasnocho



VI
no habla de las primeras ventanas
que desnudó su fatiga

para ella todo es escombro
tiempo de elegidos



VII
cambia de sombra
para obligarme a padecer
una herencia a la que sólo se pertenece a ratos
con el cuerpo a cuestas
intentando siempre un segundo desvelo

una estancia en otro lado



VIII
una aldea cambiada de frontera
muchachas escondiendo el deseo
en sus faldas largas

un poco de sombra
un poco de miedo

y Luba atrapándose en un retrato

bella
sola para siempre



IX
vino de muy lejos

sus ojos arrastraban
una fuga de pieles y derrotas




X
busca el tiempo
en que perteneció a la tierra

se deja llevar de un labio a otro
sorprendida ante su eternidad


XI
golpea
se mira y llora

duelen las heridas húmedas
el espacio en que se respira



XII
alza el viejo candelabro
repitiendo las plegarias
de nuestras fiestas más temidas

hunde en su frente el amargo pudor
de haber sido una extraña
sitio de gloria
muro
ceniza



XIII
comprendería ese desvelo
que le inventaron al otro lado del mundo
esas casas de regreso
esperando por quienes no admiten otra muerte



XIV
detenida en las puertas más temibles
esperaba una carta
un desafío

su eternidad



XV
esta noche no intentaremos recordar

se abrirán sombras
bocas de duendes
caerá el alboroto en la mordedura de sus pájaros

estaremos felices
arrepentidos


XVI
duelen estas ganas de luto

de amanecer recogiendo plumas
en patios ajenos

ganas de ser ella



XVII
ni acercarme
ni consumar en mi lengua
los pecados de su historia

me hago a fuerza de extenderme
por donde nadie pasa ya

me vigila un párpado
un monte
una mujer de sal



XVIII
me asusta la sangre de gallo
espantando espíritus

la condena indecible de su memoria

la pertenencia



XIX
soy oficiante de sus incendios
sábado merodeador
que no se asusta ni grita

viajo en sombra
recorro los techos de sus pesadillas
mi palabra no logra detenerse

ando de cicatriz en cicatriz
buscando algo que nos duela



XX
sus retratos persiguen en mi carne
un poco de esa edad discreta
en que solíamos parecernos todas

bellas
con la única mancha que deja el deseo

acostumbradas a sostener cualquier guerra
en lo más terrible
lo más amado



XXI
suenan lejos los pasos del padre
que la vio vuelta océano

mintiendo para no asistir
a su fatal ebriedad



XXII
me acerco a su lengua dolorosa

amaso un discurso de puertos extranjeros
casas abandonadas al borde de lo presentido




XXIII
hay un sitio atado a su carne
sitio de temblores
y mujeres felices

donde nada recuerdan



XXIV
Luba asiste a cuanto soy
detiene sus raíces

sufre de nuevo