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Irene Sánchez Carrón
Mujer madura que contrata una cita
“Ante a ficçao da alma
E a mentira da emoçáo”
F. PESSOA
Nos movemos con tanta soltura. Nuestra elegancia es tal.
Gira a mi alrededor para que yo, detenida en mi espacio, te contemple.
Ahora quieres quemarte y por eso te acercas.
Finjo que no te veo, juego a darte la espalda.
Te pregunto quién eres y, a la vez, pongo un dedo en tus labios.
“No. No quiero oĂr tu voz. No me digas tu nombre.
Eso fue lo acordado.”
De noche, en el jardĂn, abro mi corazĂłn entre la madreselva.
“Me gusta pasear apoyada en tu brazo,
pensar que te conozco desde siempre,
que llevamos largos años sin vernos.”
Hablo de ideales perdidos,
de cĂłmo fue la vida la que puso cada cosa en su sitio.
“Ay, la vida.” Se me escapa un suspiro
y la vida me resulta muy breve.
Digo que siempre estuve en el lugar exacto en el momento exacto.
Siempre digo esas cosas.
Luego me abrazo a ti y te beso en los labios.
“Vámonos a mi casa”
Te dejo que conduzca y recuerdo la canciĂłn de Los Beatles
“baby you can drive my car and maybe I’ll love you...”
A través del espejo la llave gira y oigo
los siete abracadabras de los siete cerrojos.
Todo estaba previsto en el PaĂs de Nunca Jamás.
En un interruptor se encienden siete lámparas
que iluminan lugares muy concretos.
Ya no nos quedan vĂrgenes que mantengan las velas encendidas
aguardando la vuelta del amado,
ese que nunca vuelve, bien es cierto, porque nunca es el mismo.
“Me gustarĂa subir las escaleras desnudándome como sale en la tele”
digo y me rĂo.
Espero por ver amanecer y asĂ poder mirarte
para después no verte nunca más.
Eso fue lo acordado.
En el baño me quito el maquillaje.
Sobre el lavabo nievan algodones
rojos, negros y ocres.
Me detengo a mirar el verde de la sombra de ojos.
Pienso en las sombras y en la triste servidumbre de mis ojos
y pienso en el carmĂn que ya no se derrite entre los labios
y en tranvĂas lejanos cargados de deseo
y duele la claridad del dĂa que me espera
y quisiera arruinarme como Gil de Biedma.