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Françoise Roy
Tribunal
          El tribunal tiene asientos de terciopelo rojo. Han invitado al juicio a todos mis conocidos, que serán llamados a atestiguar en mi contra. Me llaman, esposada y amordazada, a la barra de los acusados. Los cargos son recitados por el juez en alejandrinos polirrÃtmicos: 'Por los cisnes sedosos que acarician las cañas/con sus quillas de plumas a medio luminosas/una rosa de nieve deshoja ella infinita/cuyos pétalos forman cÃrculos en las aguas'¹.
          ¿Qué será el cisne? ¿Serán mis últimas palabras como el ' padre, padre, ¿por qué me has abandonado? '¿El don de profecÃa, el anunciador de fallecimientos? Pienso en la rosa de nieve, y en qué dádiva del invierno podrÃa significar esa copa de pétalos en la blancura de un prado. El fiscal se da cuenta que no entendà nada y repite la misma acusación en endecasÃlabos: 'Para el cisne sedoso entre las cañas/con su quilla de plumas luminosas/deshoja sin cesar la rosa nÃvea/y turba con sus pétalos el agua'. Menos entiendo. Ahora el agua se turba como se arrugarÃa un espejo viejo: no sé si se trata del estanque que llevo dentro y donde un lapidador invisible arroja piedras. El rojo de la rosa, tal vez, es la tintura de cinabrio que pinta mi corazón (pobre, se ha hecho tan pálido, tal vez ni a rosado llegue).
          El tiempo corre, gacela fantasmal en el sombrajo del monte. Aún no sé qué cargos se me imputan. El cisne nada en cÃrculos en mi mente. Trae en el pico una rosa de hielo con escarcha en las espinas. Volteo hacia el jurado, buscando en la negra profundidad de los ojos que me acribillan una estrella de clemencia, una mÃnima estrella, una pupila de luz en la oscura bóveda. Veo una guillotina.
¹ Versos de Paul Valéry