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Enrique Molina



Ellos, los muertos



Son los que nunca dan la mano
Pero abren la boca del lobo
Los que esparcen la espuma amarga
Que rezuma de las iglesias

Los que de pronto se bifurcan
Entre el delirio y el olvido
Su sombra desborda la tierra
pero la brizna los oculta

Nacieron de bellos revólveres
De largos años y promesas
Saltaron de turbias catástrofes
O del fuego de los amores

O de encuentros entre las moscas
¿Pero quién ama esas hamacas
Que cuelgan de tanta pereza?
¿Quién reniega de su miseria?

Se convierten en cerrojo
En un cangrejo en una lágrima
Los pájaros cruzan indemnes
Su salvaje museo de cera

Tatuaje amargo del desierto
No hay ramas en ese lugar
No hay naranjas sino horizonte
Tantas cabezas sin colores

Para el frío para el silencio
El aceite de los eclipses
Se dilatan en el recuerdo
Hacen un perro con la lluvia

Hacen fuego con un zapato
Envuelven en hiedras el muro
Aúllan guardando silencio
En sus fríos nidos ocultos

Absurdos como una plegaria
Como la esperanza insensata
De recobrar la antigua llave
La alianza del cuerpo y del alma

He aquí la tierra con su peso
He aquí la luz con su amenaza
Contra ellos tan sólo esta sed
Este furor que espera nada

¡Oh belleza de lengua cálida
Hechizada por su demonio!
Mi único cielo es su caricia
Su tesoro mi manicomio

Es el sol con su llamarada
La vida ávida y su rito
La vida que teje su historia
Sin sentido sin esperanza

Ellos hacen chirriar las flores
Son sólo sábnas desiertas
Atraen las piedras a su sombra
El agua inmóvil de los pozos

Pero ahora los ignoramos
Decimos adiós a los muertos
Hoy somos los únicos dueños
De un universo abandonado

La luz del sexo los insulta
¡La eterna sangre que se abrasa!
Un vivo dios intraducible
Sin más victoria que su jaula