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Elías Uriarte
Hiroshima
Oh, la Mesa, la Mesa,
a la derecha
el padre,
a la izquierda
la madre,
al frente
el espÃritu santo,
y en el centro
el cordero:
¿Ojos celestes
azules,
flavos,
amatistas?
Oh, esa Mesa, esa Mesa:
¿Cuadrada,
redonda,
inexistente?
¿Acaso un recuerdo infantil,
una fantasÃa adolescente?
Oh estampas en el fondo del castillo,
oh inscripciones, inscripciones,
en los ranchos más humildes.
¿Orlas,
halos,
nimbos?
¿Cómo se dice esa cosa,
esa cosa que tiembla sobre las frentes?
Oh la Mesa Familiar:
yo os consagro y os describo
fielmente.
CorrÃa el año tanto...
El padre, augusto, entreteje
oscuros pensamientos entre sus manos,
la madre deplora una
tardanza irreparable.
Luego bargueño, caoba y
noche:
una noche para el padre,
una noche para la madre,
y una noche para el espÃritu santo,
oh misterio de la triple noche
en una sola noche
compartida.
A lo lejos, un elemento:
¿Su naturaleza? Acústica.
¿Su timbre? Orgánico.
¿Su altura? Media.
¿Grito, lamento, gemido?
¿Acaso un herido? ¿El Canto de la Tierra?
¿Un fugitivo por el monte?
Di: ¿Cómo lo prefieres: crudo,
cocido, a punto, pasado, o tal vez
ero, can, te?-
Oh, la Mesa Familiar:
yo os consagro y os describo
fielmente.
Pero dime: ¿Recuerdas tu niñez?
Recuerdas las cenizas de Hiroshima?
Oh, cómo caÃan sobre las cosas.
Recuerdas como se metÃan en todo,
manos, ojos, palabras?
Recuerdas tus dedos mandados
de ceniza cuando tocaste el capó
de la cupé?
¿Eh?
Recuerdas aquella delgada, delgadÃsimaÂ…
cómo se dice eso, eso...
que se deposita ligeramente...
no no, polvo no...
pátina tampoco...
eso como una capa finÃsima...?
¡PelÃcula, pelÃcula, como
una delgadÃsima pelÃcula sobre
las cosas!
Oh, cómo caÃan caÃan
las cenizas de Hiroshima.
Al principio leves, apenas sueño
sobre los labios de las hojas,
me parece que las veo:
temblorosas,
oscilantes,
en copos,
desflecadas,
apenas crepitantes,
luego crecientes, olas gigantes,
transversales, sudarios de
cenizas,
cubriendo todo todo:
patios,
chiqueros,
lagunas,
esteros,
montes de eucaliptos,
álamos,
limoneros,
y esa mano, esa manecita
Que aprieta un sonajero,
Oh cómo caÃan
caÃan,
las cenizas de Hiroshima.
Me parece que las siento:
el ruido de los pensamientos
del aire:
sobre establos,
aserraderos,
sierras,
bañados,
dormideros,
cómo se metÃan en los dÃas,
en las noches, en los sueños,
asÃ, asÃ: ¿Oyes el sonido que
hace mi mano al cerrarse en el aire?
¿Verdad que es difÃcil, casi
imposible percibir?
Y sin embargo, algo, algo,
se atrapa: éste es el auténtico
sonido de las cenizas de Hiroshima.
¿Recuerdas tu niñez,
el ciclón donde dormÃas,
recuerdas que decÃas:
'Me sostendré en el vacÃo,
me tomaré del aire,
sea como sea sobreviviré,
me recogeré en el corazón del
torbellino'?
¿Recuerdas, recuerdas las fronteras?
'¿Qué miras ahÃ,
donde no hay nada,
sólo montes y caminos?
Entra, hace frÃo.'
¿Recuerdas:
'Padre mÃo:
he aquà el fuego,
he aquà la leña,
pero, ¿dónde está
el cordero?'
Ahora dime: esta Voz, la que habla,
¿de quién es? ¿La del Padre, la
del Hijo, la del EspÃritu Santo,
o tal vez la del Cordero?
¿O la de todos? ¿O la de ninguno?
¿De quién es el cuerpo que se oculta
tras las palabras?
¿Hay un cuerpo?
¿Hay un cuerpo?
Oh ese clamor, ese antiguo clamor...
Cómo caÃan, caÃan
las cenizas de Hiroshima.
pero perdón, debo levantarme:
estoy emocionado.'
Oh, la Misa Familiar,
yo os consagro y os describo
fielmente.
Pero ahora que reparo: ¿Los discÃpulos
dónde están? ¿Y el Maestro, se
ha retirado?
'En verdad, en verdad os digo:
uno de ustedes me entregará...'
Â…
¡Qué silencio! ¡Cómo ha oscurecido!
Â…
¿Escuchas...
del lado de la llanura...
esos gritos...?
Â…
¿Tal vez ecos de Tupambaé? ¿Eh?
¿Eh?
Â…
¿Nunca acabará?
Â…
¿Qué?
Â…
¿Eh?
Â…
Padre Santo: te juego un serio.
¿Me matarás si digo lo que veo
en el fondo de tus ojos?
A ver,
a ver,
sÃÂ… es indudableÂ…
aquà hay algo... sÃ... sÃ...
quÃ-mi-co...
¡QuÃmico!
¡Oh el Pecado del Siglo!
¡El Pecado QuÃmico!
¡Y descubierto aquÃ, aquÃ...
entre nosotros!
¡Gloria, gloria para las Letras Nacionales!
Está en todo, en todo:
en esa leve, levÃsima conmoción central que la dicha
sufre de repente,
en esa ciudad bombardeada y en ese hombre que se levanta
en medio del polvo y la ceniza,
en esos árboles de raÃces expuestas, desnudas, en los
patios leprosos de los hospitales,
en los hombres que los pueblan, de entrañas colgantes,
vÃsceras en el aire 'sanza tempo tinta',
en todo, en todo:
en esos patios,
y en esos muros que cambian de nombre (pero no de cifras)
según el tiempo,
en esa ausencia inexplicable de todo lo que parecÃa
presente,
en esa traición que las escuelas no nombran,
en todo aquello que el lenguaje oculta
y que tarde se descubre,
está en el crimen,
en el amor humillado en viles fondos de comisarÃas,
en las técnicas de la pregunta,
en las técnicas del acecho humano,
en las vigilancias,
en los seguimientos,
en los hombres que hablan de espaldas en piezas sórdidas
de ventanas cerradas,
en los hombres que miran de espaldas,
en los hombres que matan de espaldas,
en los que combaten con un ejército contra hombres solos,
desnudos y sin armas,
en la tinta de los cobardes,
en sus palabras,
en sus versos,
en las ciudades vigiladas,
en los que se hacen los que no ven pero han visto,
en los que dicen que no saben,
que no supieron,
que estaban distraÃdos:
en las miradas quÃmicas,
en las sonrisas quÃmicas,
en el amor quÃmico,
en el aire quÃmico,
en los mares quÃmicos,
en la tierra quÃmica,
en las guerras quÃmicas,
en los padres quÃmicos,
en los hijos quÃmicos,
en las selvas quÃmicas,
en los sueños quÃmicos,
en los pensamientos quÃmicos,
en la Palabra-QuÃmica:
¡Oh
Napalm
del
alm
a!
¡Oh
Napalm
del
alm
a!
¡Oh la Musa la Musa Familiar!
A la derecha
el padre,
a la izquierda,
vla madre,
al frente
el espÃritu
serpenteante
se extiende sobre
las aguas de la sopa, la sopera
la carne asada todavÃa humeante
en el altar de la Mesa,
la cóncava porcelana antigua,
el pescador, la barca, la paloma,
para luego dirigirse a
los galpones donde desde antiguo
oscuros cuerpos agonizan.
¿No es divino el cordero?
Luego lluvia, lluvia.
Cuarenta dÃas y cuarenta noches.
Habrá un sueño donde morir apretado,
rodilla contra rodilla,
habrá un MesÃas a la madrugada.
Ahora una voz dice:
'¿Una ramita de muérdago para atravesar la
noche?'
Ahora otra voz dice:
'¿Quién habla en realidad aquÃ, quién habla
en realidad aquÃ?'
Ahora una tercera voz dice:
'Desarreglar el poema y comenzarlo de nuevo.'