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Delia Quiñónez
Dulcenombre
No supe que mi padre
tenÃa hojas en las manos,
hasta que verde vi
la plenitud lunar
de sus dedos
que troncharon, cotidianos,
la estrella -pan que nos alumbra
la boca y la garganta.
No supe de sus yemas jardineras,
hasta que florecà como llama angustiada,
anunciación, agua o frÃo,
como maÃz o como miel tan sólo.
No supe que mi padre
tenÃa clorofilas
en sus diez uñas vegetales y firmes,
hasta que descubrà la igualdad
del rocÃo y el torrente,
el temblor de la rosa y sus espinas;
hasta que comprendà que nardo y pena
son un mismo binomio de ternura;
hasta que mordÃ,
con dentelladas de fulgor acaso,
el trabajo nutricio de las cosas,
los dÃas o las horas.
Hoy,
cuando siento que sus manos
son más hoja, más árbol,
más flor que tiempo y carne,
pongo su semilla verde
en esta dura tierra
que me cubre las venas
por donde corre un insomne suspiro
de luz y llanto nuevo.