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César Dávila Andrade
Canción a la bella distante
No era mi poesÃa. Mis poemas no eran.
Eras tú solamente, perfecta como un surco abierto por palomas.
Eras tú solamente como un hoyo de lirios
o como una manzana que se abriera el corpiño.
Eras tú, ¡oh distante presencia del olvido!
Clara como la boca del cristal en el agua,
tierna como las nubes que atraviesan el trigo por los lados de mayo.
Dulce como los ojos dorados de la abeja;
nerviosa como el viaje primero de la alondra.
Eras tú y tenÃas delgadas de esperanza
las manos que me huyeron.
En tu sien, extraviadas, bullÃan las sortijas.
En tus perfectos ojos abril amanecÃa.
Estoy tan impregnado de tu voz siempreviva
que hasta esta inmensa noche parece que sonrÃe
y percibo el borde lÃquido de tu alma.
Andabas como andan en el árbol los astros.
Rezabas en silencio como una margarita.
¡Oh quién te viera abriendo esos libros que amabas
con el alma inclinada a la luz de las fábulas!
Qué viñeta de rosas tenÃan tus mejillas
cuando abrÃas los labios de amor de las palabras.
Y qué resplandeciente ciudad de serafines
descubrÃas, de pronto, en el cielo de estÃo.
Quiero besarte Ãntegra como luna en el agua.
Mañana en los delgados calendarios de ausencia
te encontraré buscando una pedrezuela tierna
para marcar una hora lejana que aún espero.
Recuerdo aquella tarde cuando quise besarte.
TenÃan los cristales un fondo de mimosas
y la antigua ventana mecÃa los jardines.
Las llamas de los árboles se tornaban oscuras
y un ángel de eucalipto se apoyaba en el muro.
Escuchamos de pronto la carreta profunda
que atraviesa los prados con su carga de junio.
¡Pienso en aquella tarde y me encuentro más solo!
Las casas recogÃan la luz del occidente,
los caminos bajaban como arroyos en llamas,
la brisa estaba fija en el borde del álamo.
Pienso en aquella tarde y no sé por qué lloro.