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Alfonso Quijada Urias




La hora es grande

En la vastedad congregada: tu nombre: fulgor en la mirada,
aliento puro de lo innombrable que te nombra.

Te mira el niño en el fondo del anciano, invisible en las visibles
regiones de lo creado. Viento que mueve las sábanas del
sueño, el tiempo eterno: silencioso poder de tu fijeza.

Presencia adivinada. Absuelve al hombre, aquel que contradijo
su espíritu, puso arena en la lengua y te desdijo. Que en su
noche se alce la cal de tu pureza para que el mundo vuelva a
ser lo que fue en su principio: inocencia y nacencia, beatitud
en la bestia ante la sal de tu misterio. Realeza del granito de
mostaza, gravedad y grandeza de la arena. Descienda el alba a
su cabeza, liberado sea del clavo y la armadura. Vuélvase
transparencia el muro de su necedad.

Infinitos son tus dominios, poderosos y vastos. Se parte en dos
el mar, camina la montaña. Un nuevo sol desciende a la
pirámide. Todo reino es abierto con tu llave. No hay cabeza ni
puerta impenetrables. Revelación y misterio. Harina en la
boca del que sabe pronunciar tu nombre.

Muéstranos la ruta del rocío; el ojo parabólico del mulo; tus
reinos, sus murallas, la fuente donde nacen el pasado, el
presente y el futuro. Misterio de tu ministerio. Raíz del sueño
en la eterna florescencia de la risa.

Que el colibrí de tu instante se haga eterno y doblegue el
cuello de la malicia y la arrogancia, ahuyente a los
comerciantes del espíritu, los traficantes de la flor más pura,
para que siga el hombre, sin la vieja armadura, la ruta de lo
oculto o lo desconocido.

En esta batalla no hay escudos. El silencio no es un dejar de
hablar. Te vences a ti mismo y te enalteces. Tu esplendor
ahuyenta la tiniebla. Ya vemos tu clara potestad montada en la
yegua del alba; tu alborada de pájaros; los signos de tu
nombre.

¿Cómo guardar tu fuego? En la confusa noche, haz que el
alma recobre su esplendor. Cante el poema tu inminencia en
las aguas del tiempo. La hora nueva que convoca la memoria
en respuesta a la guerra del tiempo y de los hombres.

Viva, gire la rosa del poema: un frescor de tu aliento en la
lengua del mañana.

Reanudo en mi alma el viejo debate donde lo dejé. Con el
dedo en la llaga, expulso los demonios. Conozco al monstruo,
henos de nuevo frente a frente.

Que nos dejen a los dos, con este lenguaje sin palabras y te
ofrezca, en ofrenda, mi escudo y mi coraza, más esta ansia de
ternura alzada en el canto del más puro linaje, como aquel que
nunca tuvo palabras diferentes para ayer y mañana.

Que cese de una vez la negación. Y florezcan por siempre los
signos de tu nombre.

Tu aliento nos asista y tu potencia. Los tiempos son duros y la
hora es grande. Las marejadas del equinoccio se alzan más allá
del horizontes para el alumbramiento del porvenir. La hora es
grande, hoy es ayer y mañana. Mantén alta en nosotros la
insurrección del alma.