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José Albi




¿Y A TI QUE TE DIRÉ, RÍO DEL ALMA?

¿Y a ti qué te diré, río del alma, cántaro de mi sed,
jardĂ­n cerrado?
¿Y a ti qué te diré, mujer que dejas tu corazón al borde
de mi vida?
Hasta ti llegaré y, entre las manos, tomaré viento y agua;
luz y tierra,
y amasaré nuestros dos nombres juntos.
Qué nuestra es la esperanza, que nos gana y nos pierde
cada dĂ­a.
Qué nuestra es la tristeza, que se escurre a lo largo de los
hombros y nos deja indefensos, solitarios.
Qué nuestro es el recuerdo, que nos une lo mismo que un
abrazo.
Qué nuestro es nuestro amor. Con él estamos igual que
un niño con zapatos nuevos.
Qué nuestro es nuestro mundo: isla de guerra y paz,
isla profunda
hecha a la dimensiĂłn de nuestras almas.
Qué nuestro es nuestro amor,
Qué indescifrable, qué remoto, qué mío

Qué mía que eres tú, qué mío el mundo, que mía mi verdad
cuando te tengo.
Encontrándome en ti, me hallo a mí mismo. Mi vida empieza
donde tĂş terminas.
Mi vida es despeñarse, como un toro por las encrucijadas
del misterio.
Mi vida es caminar, morirse a ratos, y comenzar de nuevo
la jornada.
Pero tĂş eres la paz. La paz ganada a pulso, a fuerza de
huracanes y batallas.
No hay victoria que valga si no arriesgamos nuestra propia
vida
Y la nuestra aquí está. Sin burladeros, jugando con el mundo
a cuerpo limpio.
Amor es bello si la herida es honda. Horademos la piedra
gota a gota.
Hay que aprender la paz de cada dĂ­a. Yo la aprendĂ­
en tus ojos.
Aprenderla y vivirla. Yo he aprendido a vivir a tu manera.
No hay paz para quien lleva sus dos manos vacĂ­as de
esperanza
No hay paz para quien niega sombra o luz á su hermano.
No hay paz para quien cierra el corazĂłn, y calla si alguien
llama a su puerta.
Ni hay paz para la fuente que no mana, para el árbol
sin fruta,
para el labio sin beso, sin perdĂłn y sin fuego...
No, no hay paz para el hombre vacĂ­o de esperanza.

Haya paz para el hombre que te busca, como el campo
la lluvia de setiembre.
Haya paz para el hombre que está solo, con su destino
a cuestas
Haya paz y haya amor. Romped los diques de la fe y de los
besos, y ahogadme en sus dulces huracanes.
Yo te llamo mujer, y te llamo ternura y fortaleza; y alegrĂ­a
y dolor a un mismo tiempo.
¡Oh, región fabulosa de tus brazos! Aprenderemos a vivir
de nuevo.
Dame tú luz, tu cumbre, tu destino. Dame más, mucho más:
tu propia vida, pues sabes darlo todo a manos llenas.
Eres incalculable como un mundo. Y tiernísima y frágil como
un niño.
Me sorprendes, me empujas, me acorralas, y entre los labios
te me mueres dĂłcil.
Eres tĂş y eres yo. Todo es a un tiempo rabia de destrucciĂłn
y de ternura,
de inexplicable y de gozoso hallazgo, de generoso encono
de caricia.
Nuestra vida se suma y se desborda. Mi encarnizada
soledad es tuya.
Tu terquedad dulcĂ­sima y el agua de tu mirada triste son ya
sangre en mi piel, ya son cascada.
Somos un viento que en la vida clama, abriendo puertas,
derribando muros,
levantando la niebla de los turbios callejones del hombre.
Aquí está nuestra lluvia de esperanza. Somos la vida.
Detened el brazo que amenaza y conmina. ..
Nada podéis, porque la tierra muere, pero nace otra vez.
Somos la tierra que nos forma, nos une y nos libera.
Tierra de Dios, con fuego en el costado que incendia
un corazĂłn para dos vidas.

¡Qué terrible esperanza! ¡Qué delirante gozol ¡Qué vértigo
en el alma!
¡Qué insumisión, qué cólera, qué fuego...!
Si fuimos dos, ya somos uno mismo.