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Juan Ramón Jiménez
MENSAJERA DE LA ESTACIÓN TOTAL
Todas las frutas eran de su cuerpo,
las flores todas, de su alma.
Y venÃa, y venÃa
entre las hojas verdes, rojas, cobres,
por los caminos todos
de cuyo fin con árboles desnudos
pasados en su fin a otro verdor,
ella habÃa salido
y eran su casa llena natural.
¿Y a qué venÃa, a qué venÃa?
VenÃa sólo a no acabar,
a perseguir en sà toda la luz,
a iluminar en sà toda la vida
con forma verdadera y suficiente.
Era lo elemental más apretado
en redondez esbelta y elejida:
agua y fuego con tierra y aire,
cinta ideal de suma gracia,
combinación y metamórfosis.
Espejo de iris májico de sÃ,
que viese lo de fuera desde fuera
y desde dentro lo de dentro;
la delicada y fuerte realidad
de la imajen completa.
Mensajera de la estación total,
todo se hacÃa vista en ella.
(Mensajera,
¡qué gloria ver para verse a sà mismo,
en sà mismo,
en uno mismo,
en una misma,
la gloria que proviene de nosotros!)
Ella era esa gloria ¡y lo veÃa!
Todo, volver a ella sola,
solo, salir toda de ella.
(Mensajera,
tú existÃas. Y lo sabÃa yo.)