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Basilio Sánchez




El pan y la sal



De una casa a otra se enviaban saludos,
las cintas de humo azul de los hogares
y, con las filtraciones de las primeras luces,
algunas nubes lentas.

Entre una casa y otra los silencios
eran ruidos de platos,
una flor esmaltada en unas tazas, el murmullo
de las copas de vidrio.

Desde hace algunos años
es un pueblo vacĂ­o,
uno de esos lugares que ya no necesita del crepĂșsculo.

Los muros de las casas
se han ido acostumbrando
al desfallecimiento, a los rigores
de las viejas moreras, de las parras silvestres.
En medio de las plazas,
al final de las calles, las sombras de las cosas
permanecen inmĂłviles,
nos hablan desde fuera del tiempo.

Ahora el cielo estĂĄ quieto como un campo sin nada,
como el hombre sentado que lo mira.

Como el que en la maleza
busca aĂșn las canciones perdidas de los niños,
algunas nubes lentas para la intimidad,
para el regreso.