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Omar García Ramírez
Visita del viernes
Yo me quedé asà recostado dejando que el tinto resbalara garganta abajo, buscando el estómago frÃo. Claro, no lo niego, también eran ganas de radio bemba, del chisme, del correveidile, de saber adónde se habÃa ido la muchacha de la falda de flores, la muy espigada y siempre en flor, cosechera de la primavera del valle.
La madre
se quedó mirando la ventana
como sin un barco lejano
alzara el vuelo
sobre nubes de cerúleos óleos espesos.
Un lienzo
embadurnado por un dios goyesco
en la quinta del sordo estelar.
–SÃ, cómo saberlo...,
Mando una postal desde Londres...–
–Me dijo al fin–. Era una postal bonita con esas casas antiguas de torres de piedra... ¿Cómo es que se llaman?.
–Castillos- le dijo él,
Mejor dicho le dije yo, ...
y se quedó mirando el humo del cigarro que se iba hacia una tarde, en donde la lluvia parecÃa entrar con música de primavera.
–No sé, a lo mejor era un castillo –. Le respondió la mujer, que siguió con su café sin dejar de mirar por la ventana– Me decÃa en sus cartas, que habÃa fantasmas y vajillas de platas que se movÃan en la noche con sus reflejos de lunas quebradas.
Y luego desde Italia. Ud. debe saber joven que ella era una mujer que no le gustaba quedarse quieta en un solo sitio, además su belleza se lo impedÃa, ¿cómo se iba a quedar una mujer tan bella ella, pelando papas y friendo filetes de cordero para un tendero?... Asà fuese un granjero, ella no estaba para esas cosas. Ud. sabe cuando se tienen sueños y cosas asÃ,...¿cómo decirle,..cómo decirlo...?
HabÃa una ciudad sobre un rÃo o sobre el mar...
-¿Venecia?
–Sà Venecia...¿Cómo lo sabe?, ¿ella también le escribió?.
–No, nunca... Pero esas cosas están en los libros de geografÃa, usted sabe señora. No es que haya leÃdo mucho, pero a veces, la curiosidad, señora...
–Ah, sÃ, y luego desde un paÃs del que sà recuerdo el nombre, desde Grecia...Yo de niña siempre soñé con ir a Grecia...No sé ni dónde queda pero me la imagino,
bueno ella...
LucÃa pálida y delgada pero parecÃa feliz, me mandó unas fotos desde una playa rocosa con un mar de azul intenso,...
No, mares por aquà no se ven asà de azules, como de pelÃcula.
(y me pasó una foto en donde ella lucÃa como una sirena del Egeo, tal vez más delgada y pálida, pero a mà me parecÃa una sirena del Egeo, con sus cabellos largos y negros y sus piernas afiladas y bruñidas sobre una roca blanca. Y pensar que de niños comÃamos tamarindos, mangos, chontaduros...)
–Después desde Egipto.
continuó su madre sin dejar de mirar por la ventana.
–¿Quiere más café joven?
–No señora muchas gracias.
–Estaba con un hombre gordo de mostachos y ella ya estaba muy cambiada; mÃrela. (Me pasa una fotografÃa, está gorda y claro, mucho más morena.)
Pero ahora...–continuó la madre– no sé,... hace dos años y ya no envÃa nada, ni una carta,
ni una llamada, ni siquiera una postal con las pirámides de Memón.
–De Keops señora.
–Eso, de Keops.
Luego ella (la señora) se quedó callada por varios minutos, como tejiendo una frase que nunca llegaba a engarzar en las agujas del tiempo. –¿Y usted?– Me preguntó por fin.
–Ahà en la fabrica usted sabe señora, casi diez años y bueno.... Ahà va uno envejeciendo como un animal de factorÃa, Doña Isabel.
A estas alturas ya casi ni recuerdo. Es un buen puesto, no me puedo quejar...
–Es mejor – me dijo –, es mucho mejor que olvide joven.–
–Sà señora es mucho mejor... Sà señora –. Le respondÃ.
Y seguà mirando la fotografÃa de la sirena sobre la roca del mar Egeo. ParecÃa que sus cabellos ondearan por la brisa,...
Al final creo que me sonreÃa.