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Paz Díez Taboada




Antes de que nos den las uvas de la ira



Envolveré el ayer. Pondré mucho cuidado
en recoger las briznas de los viejos tesoros,
también las horas llenas de un concierto de voces
ansiosas por huir de los sueños dormidos.
Recogeré uno a uno los cabos de los lápices,
las miguitas de pan de las meriendas,
las dulces y aromadas perrunillas
y el ondear del humo del chocolate hirviente.
Ordenaré aquel fuego entrecruzado
de agilidad verbal -surtidor crepitante-,
las vacuas sutilezas y juegos del ingenio,
siempre con una gota de acíbar escondido.
Pondré a secar al sol, en los balcones,
sobre una extensa sábana de lágrimas,
humores agrios, sangre desmedida
y la saliva espesa de la cólera.
...Enterraré el rencor en las macetas.
Tras el febril trasiego en tarea tan ardua,
abriré un libro antiguo con viñetas y “santos”
y emprenderé un buen viaje al país en que todos
los ogros son cobardes, las brujas, feas,
las madrastras, malas. Rubias y un poco tontas
las princesitas lucen cucurucho
y el rey es bonachón y regordete.
Hay un enano saltarín, un paje
enamorado de una pizpireta,
un chambelán estólido, un lacayo gomoso
y un pastor que conversa con la luna.
El héroe -siempre un poco afeminado-
porta una flor oronda en la mano derecha
y, a la izquierda, le cuelga la espada como adorno...
Hace tiempo que el sol se ha perdido. La sombra
acecha tras el oro de la lámpara.
Canta el reloj y en los cristales brilla
un irisado adiós. Esto es la noche.