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Ricardo Dávila Díaz Flores




Un lejano doblar o repicar de una campana



Nacimos entre polvo y cenizas.
Aprendimos a llorar el mismo día.
No sé tu nombre, nunca te he visto;
sin embargo me miras,
me miras desde el fondo de mi corazón en
que guardas tus semillas.
Sabes mi nombre,
desde los balcones de mi alma lo gritas.
Andas por mi pensamiento,
habitas mis entrañas,
andas a tientas, buscas mi voz,
hasta que quedas en las hojas, latiendo.
Tu voz acude como nube lenta todas las
noches;
me creces por dentro como un árbol de luz
y riegas hojas de fuego sobre mis manos,
¡otoño de lumbre, eterno!

¿Nacimos el mismo día?
Sumerjo mi frente en ríos de preguntas,
emerge repleta de lunas y estrellas, pero no
encuentro respuesta;
resbalo por mis lagrimas hasta el vientre de
mi madre y no sé nada;
resbalo para recordarte a mi lado en ese día
en que morí al mundo y no veo nada.
No sé si existías en aquel momento,
o si me buscaste hasta después:
En los jardines, en las montañas,
en el techo de mi casa cuando miraba al cielo
en las tardes y noches;
cuando las niñas llevaban ojos de horizonte y
en todas me perdía,
y de todas me enamoraba.

Entraste lenta por mi mente, casi inmóvil
como el aire.
Hiciste una fogata en mi alma,
te convertiste en leño para mantenerla
encendida,
fuiste viento que sopló hasta convertirme en
fuego entero.

Siempre juntos, desde el final hasta el
principio;
desde la tierra seca hasta el húmedo cielo;
en todos los amores y en todos los corajes.

Me enseñaste que no hay tiempo,
sólo lágrimas y risas;
sólo el tañer de una campana que dobla o
repica al final de la jornada.

Al principio, tímida, tierna,
no hablabas. Ahora,
tu voz de soledad inquieta cautiva mi alma a
todas horas;
tu voz, tu voz de soledad... sola, despoblada, desierta;
tu voz de aguijón, de espuma,
de historia dormida, memoria arrinconada, testamento abandonado.

Te conocí antes de saber que los jardines se
compran,
que los amigos se contratan,
que el amor desaparece en la mañana.
Por eso no me separo de ti,
¡qué haría sin ti! Brazo invisible, corazón
donado, doble de mi alma, sueño gemelo,
destino mío, ¡a mi estás destinada!

Todo lo has elaborado tú,
todo lo has levantado tú.

Polvo y cenizas, no somos carne;
sólo polvo y cenizas abismadas
intentando retornar al fuego,
que no saben donde ir, pero conocen, reconocen el camino.
¿Adónde vamos? No lo sabemos, no
importa. Ah, nunca habremos de llegar,
quedaremos tendidos en la mitad de una idea;
yo muerto, tú llena de vida
sobreviviendo mi existencia finita;
Yo me iré. Tú permaneces.

Me explicaste que el tiempo no existe, ni el
amor eterno;
sólo sol y luna,
sólo una campana que al final de la vida
repicará victoria o doblará a muerte.

Todos se van cuando la noche acaba;
todos han de marcharse, menos tú,
que con la piel de mi destino estás
encariñada.

Ah, lo sabes todo, ah, lo tienes todo.
Maestra, amiga, imagen, esposa que acaricia
mi ansia cada noche,
¿Dónde están tus manos?
¿Dónde tus besos?
¿Dónde tus alas?
Me pierdo;
no sé si eres mi destino o yo el tuyo;
me pierdo.
Sólo sé que cuando deba regresar,
he de llevar conmigo el polvo y las
cenizas,
pero tu habrás de escuchar,
ya hecha cuerpo,
ya hecha alma,
un lejano doblar,
o repicar,
de una campana.