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Alfredo Buxán
El dÃa después
La ceniza es un don, como el agua que fluye. Se detiene un instante en la tiniebla que habita las miradas. Arropa con su pátina, y apaga, la luz de los objetos. Hay un deleite imperceptible en esa fragilidad que va tejiendo ruina en nuestras vidas. La levedad de un soplo la esparce por el aire. Deja entonces de herir: nos reintegra a la inicial oscuridad, nos devuelve casi intacto el gozo del olvido.
No hay culpabilidad -apenas erosión- en la ceniza. El dÃa que se junte entraremos en el súbito ahogo de la muerte, en su vaga penumbra. De tal presentimiento, aunque dure un suspiro, extraemos la médula de la sabidurÃa.
Será un dÃa de bruma, como todos los dÃas. Exhumará nuestra conciencia la turbación del miedo, la pesadumbre obscena de haber existido en el vacÃo. Y cesará la niebla de todo sentimiento.