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Víctor Botas
Huellas durmientes en el Palatino
Aquà los veintisiete niños y las
veintisiete doncellas entonaron
el Canto Secular. Aquà la noche
(a esa del tres de junio me refiero)
se coronó de música. Aquà Horacio
llorarÃa de júbilo (y de vértigo)
al contemplar su gloria. Aquà olvidaron
inmóviles procónsules triunfales
-entornados los párpados, las caras
encendidas de minio, indiferentes-
su condición humana. Aquà un césar
bromeó con su muerte. Aquà se amaron
centurias de parejas, superpuestas
como en selladas cajas, siglo a siglo.
Y pasaron más cosas. Y quedaron
quietas aquà sus huellas -¡cuántas huellas,
cuántas huellas durmientes, madre, Virgen!
Y sesudos doctores consiguieron
clasificar muchÃsimas.
AquÃ,
con comprensible (y culta) obstinación,
los gatos italianos se desviven
por dejar vero rastro de sus vidas.