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Rubén Darío
Autumnal
En las pálidas tardes
yerran nubes tranquilas
en el azul; en las ardientes manos
se posan las cabezas pensativas.
¡Ah los suspiros! ¡Ah los dulces sueños!
¡Ah las tristezas Ãntimas!
¡Ah el polvo de oro que en el aire flota,
tras cuyas ondas trémulas se miran
los ojos tiernos y húmedos,
las bocas inundadas de sonrisas,
las crespas cabelleras
y los dedos de rosa que acarician!
En las pálidas tardes
me cuenta un hada amiga
las historias secretas
llenas de poesÃa;
lo que cantan los pájaros,
lo que llevan las brisas,
lo que vaga en las nieblas,
lo que sueñan las niñas.
Una vez sentà el ansia
de una sed infinita.
Dije al hada amorosa:
?Quiero en el alma mÃa
tener la aspiración honda, profunda,
inmensa: luz, calor, aroma, vida.
Ella me dijo: ?¡Ven!? con el acento
con que hablarÃa un arpa. En él habÃa
un divino aroma de esperanza.
¡Oh sed del ideal!
Sobre la cima
de un monte, a medianoche,
me mostró las estrellas encendidas.
Era un jardÃn de oro
con pétalos de llama que titilan.
Exclamé: ?Más...
La aurora
vino después. La aurora sonreÃa,
con la luz en la frente,
como la joven tÃmida
que abre la reja, y la sorprenden luego
ciertas curiosas, mágicas pupilas.
Y dije: ?Más...? Sonriendo
la celeste hada amiga
prorrumpió: ?¡Y bien! ¡Las flores!
Y las flores
estaban frescas, lindas,
empapadas de olor: la rosa virgen,
la blanca margarita,
la azucena gentil y las volúbiles
que cuelgan de la rama estremecida.
Y dije: ?Más...
El viento
arrastraba rumores, ecos, risas,
murmullos misteriosos, aleteos,
músicas nunca oÃdas.
El hada entonces me llevó hasta el velo
que nos cubre las ansias infinitas,
la inspiración profunda
y el alma de las liras.
Y los rasgó. Allà todo era aurora.
En el fondo se vÃa
un bello rostro de mujer.
¡Oh; nunca,
Piérides, diréis las sacras dichas
que en el alma sintiera!
Con su vaga sonrisa:
?¿Más?... ?dijo el hada.
Y yo tenÃa entonces
clavadas las pupilas
en el azul; y en mis ardientes manos
se posó mi cabeza pensativa...