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Rodolfo Häsler



Tetuán



Dan ganas de llorar mientras la luz, tan limpia,
se emora en caer sobre los cubos azules de la medina,
la luz es leche en el instante mortecino del crepĂşsculo
en su insistencia por una huida lenta.
Dejo de caminar mientras la actividad remite
y los faroles de las esquinas dan irrealidad a la fruta,
plátano o Kiwi en un vaso, si dios quiere agua de azahar.
No hay lĂ­mite entre las tinieblas y el ardor del dĂ­a,
las especias de los puestos callejeros confunden los montones
que acaban en la cocina del restaurante de Abdulaziz
donde adoban el pesacado para freĂ­r, los calamares a la romana
como aros amarillos en la lenta cocciĂłn de la tarde.
La gente aparece por todos los rincones, algunos van del brazo,
tuercen por callejones laterales, suben los escalones,
se pierden a medida que el blanco se desvanece, el azulete,
el ocre, el manganeso más crudo, habitáculos donde la vida,
desde un instante suspendido, levanta su guadaña
sobre el olor espumoso de la menta.