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Rodolfo Häsler



Souk-el-Hamra



Si hubiese creado el mundo abigarrado
y alguien me pidiese cuentas por ello,
lo llevarĂ­a a oler la fruta aplastada en el suelo.
Desde el inicio tenĂ­a la certeza de que las hormigas
recorrĂ­an continuamente mis piernas, decididas,
como luna inmĂłvil en el recuadro de la plaza.
La mancha verde del gomero, por encima de la puerta,
hundida en la sombra, es testigo de mis visitas,
y el joven que soñaba con el cansancio de sus amantes,
regateando a gritos, como mercaderĂ­a,
es vendido ante mis ojos en la impiedad de un gesto,
casi pornografĂ­a.
Qué alivio que esos aburridos europeos
hayan dejado de fotografiar la mezquita del viernes.
Metamorfosis de la vida,
asĂ­ nombro lo que los muros atesoran,
pues una vez conoces el precio de las manzanas en el zoco
y qué dátiles transparentan la luz,
no hay ya modo de olvidar
ni razĂłn para exaltar mayor encantamiento.