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Pureza Canelo



No escribir



Digo No escribir
y conspiro con la ausencia real
donde algunos años se plegaron
a otro origen de la melancolía:
darme pereza seguir buscando
el gemido de la creación, darme rubor
volver a sembrarme el cereal
que después la mano, dicen,
podría cortar bajo los cielos.

Preferí olvidar palabra, instinto
de palabra, su oración por las sienes,
cauce que iba a devorarme
si no olvidaba bien la carne blanca
sobre la que ahora vuelvo.

Pero escribía en la calle.
Dictaba todo lo posible
entre el aire, sin sabiduría
y encontré una suerte de vivir
de andamio puro, solitario,
hasta hacerme con el torreón
de otro conocimiento.

Si viene ahora un poema
es porque nunca ha sido difícil obtenerlo,
entonces nunca, me digo, tracé poesía
y el oro de la escritura
nacerá de lo insignificante
y más humano aire a punto siempre
de olvidarse y perderse.

Extractar el paraíso
ya no es aventura para mí
en la creación de las sombras
bien sangradas.
Sólo me interesa un puente
de inocencia, de salvación dormida,
el humo que no nacerá humo,

la velocidad silente en el alma
de los días que no pueden
conquistar un verso.
En la llanura del cielo
preferido ya, vivir sin ambición
de más paisaje que el interior
y su conjunto, numérico también,
como este viento circular de hiedra
en el altar de una soledad perfecta.

Quebrarla pertenece a la poesía.
Ese fue el gran error de la inteligencia.
El error de los muebles que ocupan
su sitio, el madrugar de los pájaros
y dejar colocadas sus estrellas para mañana,
el agua, el agua atrevida de los mortales
que alargan la mano para construir un verso.

Extractar el paraíso, aunque no me creáis,
ya no es aventura para mí
en la creación de las sombras
bien sangradas.
Pues en el solar de ellas está el mundo