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Pedro Jes�s de la Pe�a



La Zarza de Moisés (La muerte de Dios)




Medito a veces al recordarte vivo
sobre la cruel naturaleza de la muerte.
Seis años ya, y aún permanece tu rostro
sereno y sonriente en la fotografía
que adorna mi despacho.

Nada ha desmenuzado esa sabia apariencia
de la felicidad de un fugitivo instante.
Al contrario, más feliz cada día pareces
al mirarte eterno en la caricia de tu rostro
que una mano filial sostiene como una patena
sostendría una forma sagrada.
Soy yo quien se devora y envejece.
Quien es la imagen misma de la infelicidad
al mirarte sereno, aceptando a la muerte
como quien bebe el trago de un cáliz sanguinario
y encuentra vino en él
y en él encuentra rosas.

Créeme que te envidio tanto como te quiero.
No he sabido templarme con tu misma paciencia,
no he sabido crecer insondable y secreto
a esa necia miseria del instante continuo.
La vida a mí me puede mientras tu te consagras
a la muerte. Y esa desolación de tu vacío
aumenta con los días en que me estás faltando
y el fervor de tu nombre me sangra entre los labios.




Los Iconos Perfectos (Ed. Hiperion. 2002).