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Pedro Jes�s de la Pe�a



La Zarza de Moisés (Un enano con una naranja)



A Toulouse-Lautrec.

Casualidad ninguna. Era él y lo encontré
donde más esperaba: en el salón, bajo los bulbos
de ceniciento azul del gas, pelando una naranja
que era rosa en sus manos y con olor a rosa.
Su grotesca cabeza destacaba en el amplio
espejo del local. Las piernas no alcanzaban
a tocar el suelo. La pechera bullía bajo el frac
como un bandoneón que un borracho tocara,
pero en sus manos, elegantes, la naranja tenía
la levedad de un astro emergiendo del agua.

Era monstruoso y triste y estaba acompañado
por una mujer bella, rubia, con blusa roja,
sin más adorno que un pendantif dorado.
Elegante corista del ³Moulin² o algún prostíbulo
inmediato, mientras él, excitado, le contaba
alguna obscena historia para que ella riese.

Cuando un amor se pierde es asunto sabido
que los débiles buscan desamores livianos
que ayuden a ahuyentarlo. Pero de poco sirven
las escenas galantes a quien tiene una espina
irremediable y torva, atravesada en la garganta.

Lo vi quedarse quieto y fijarse en la blusa
y luego en la naranja. Colocar su monóculo
como quien busca ocultamente un signo
secreto, en el jardín del paraíso, con Jerónimo
Bosco, inventando un color, ardido, momentáneo,
como una gran verdad que nos aplasta.

Permaneció en silencio y tanto tiempo
que ella se fue, pretextando una trivial excusa,
en tanto que él, mientras su vista atónita
se ocultaba en la copa de champagne, pedía al camarero
que le diese una bolsa vulgar, de la cocina,
donde guardar los restos de su postre

Nunca supieron en Maxim´s por qué Tolouse-
/ Lautrec,
-tan espléndido y gentil en sus propinas-
se guardaba las mondas de naranja.